Semana de la Memoria: la escultura de Pablo en el Río de la Plata

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La escultura «Reconstrucción del retrato de Pablo Míguez», de Claudia Fontes, es una de las más visitadas en el Parque de la Memoria. Tiene un valor distintivo, más allá de lo artístico: es la única obra que está ubicada en las aguas del Río de la Plata. “Me gusta creer que la imagen definitiva, la que me interesa comunicar como objeto de memoria, está cargada de la motivación e intención del trabajo, es visualmente inaccesible y se crea en la mente del espectador, mediante la evocación de su rastro. Para mí, esta es la representación de la condición del desaparecido: está presente, pero se nos está vedado verlo. Un retrato es siempre una posible versión… tal vez ésta es la más real posible porque está construida en base a la memoria colectiva desde distintos ángulos”, define la propia Fontes.

Se pensó específicamente para el lugar de su emplazamiento: el Río de la Plata, sitio adonde fueron arrojadas muchas de las víctimas del terrorismo de Estado y referente simbólico del Monumento. Propone, entre otras cosas, una operación conceptual que articula la aparición y la desaparición.

«Simboliza la vida perdida de Pablo Míguez, un adolescente que desapareció junto con su madre en 1977 cuando era todavía un niño. La autora tomó contacto con la familia y se hizo la reconstrucción del retrato en base a material de archivo», explica Florencia Battiti, la curadora artística del Parque de la Memoria.

La elección de Míguez por parte de Fontes respondió a que ambos tendrían hoy la misma edad, con lo que así se articuló una identificación concreta, que se aleja de las resoluciones alegóricas.

Está fundida en acero inoxidable, con pulido a espejo. La idea es que ese material refleje con las aguas y por supuesto con los rayos del sol. La idea es que esa figura está y no está por momentos. Uno la ve pero también tiene una aparición y una desaparición de la visión del espectador, «un poco también haciendo referencia a la desaparición física de Pablo Míguez», agrega Battiti.

Para la realización de esta escultura, Fontes emprendió un trabajo de investigación que incluyó tomar contacto con la familia Míguez, entrevistarse con sobrevivientes que compartieron el cautiverio en la ESMA con Pablo y consultas al Equipo Argentino de Antropología Forense, todas tareas que le permitieron sortear obstáculos técnicos en el proceso de reconstrucción del rostro del niño.

Sin embargo, el trabajo minucioso de reconstrucción de los rasgos físicos de la figura no puede ser observado en detalle porque la pieza se encuentra emplazada “de espaldas” al espectador. ¿Qué sentido tiene entonces la búsqueda de tanta precisión? La aspiración responde al deseo de captar la tensión que provoca una idea, más allá de su materialización.

Pablo Miguez

Era un adolescente de 14 años, secuestrado en 1977 de su casa de Avellaneda, a la madrugada, por una patota de la última dictadura. Se lo llevaron junto a su madre, Irma Sagayo, y a su compañero. Pablo pasó varios meses en el centro clandestino El Vesubio. Era flaquito, alto y delgado. Vio cómo torturaban y violaban a su mamá. También a él, a Pablito -como lo llamaban allí otros prisioneros-, lo torturaron delante de su madre para que ella diera los datos de una hipoteca de la casa que tenían.

A Pablo lo hicieron deambular por diferentes centros de tortura. Hasta que llegó a la ESMA, su último destino. Allí, en Capuchita, donde lo tiraron sobre una cucheta, pudo tomar contacto durante un mes con Lila Pastoriza, periodista y sobreviviente, que en juicios de lesa humanidad y en artículos de prensa evocó en más de una oportunidad aquella historia de horror.

Pablo -dijo Lila- pedía que lo lleven con su papá. «Era un chico alegre y vivaz. Tenía pesadillas, soñaba con su mamá, de quien no se pudo despedir».

No sabían qué hacer con él. Un día de varios traslados, se lo llevaron. Pablo «había visto demasiado» en ese derrotero del infierno. Estaba condenado. Continúa desaparecido. Se cree que fue «trasladado» en un vuelo de la muerte.

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