POSTALES DE BUENOS AIRES
— 11 julio, 2011 0 21Buenos Aires SOS.- 11 de julio de 2011.- (Por Juan Chaneton).- Te escribo para que no confundas lo real con la verdad, le escribió Castelli a un amigo que vivía en Córdoba y que se llamaba Andrés y que era escritor ese amigo, y así, del mismo modo, te escribo estas líneas, Mariana, para que tampoco a vos te ocurra eso de confundir lo real con la verdad.
Hace ya tanto tiempo que dejamos de vernos… Y sin embargo una extraña sensación de inmediatez me invade cuando voy por a calle musitando tu nombre, pronunciándolo en silencio, en un susurro inaudible, como la plegaria de un cristiano temeroso del castigo divino. Es como si todo hubiera ocurrido ayer, la frescura de tu imagen, la realidad con que se me aparecen, de día y de noche, obstinadamente, los mejores momentos de nuestra cómplice aventura, fugaz como la belleza y demasiado breve para llamarla hermosa y todo eso y tanto más.
Tu voz, tu cuerpo claro tus ojos infinitos y todo fue muy extraño entre nosotros. Fueron unos seis meses, allá por los ochenta principios de los noventa y las situaciones se daban como en dos planos distintos pero todo muy rápido, muy vertiginoso, volátil. Era como si en uno de esos planos pudiéramos ver ahora, en perspectiva, con la distancia que proporciona el tiempo, nuestros paseos por la isla Maciel, o por el museo de La Plata, o nuestros cuerpos desnudos y transpirados al cabo de una noche que había desaparecido como por encanto y ya el sol y los pájaros en los árboles de la calle Larrea nos imponían dormir aunque no teníamos sueño. Y en el otro, en el otro plano, digo, se desenvolvieran todos los presentimientos que me asaltaban mientras vivíamos juntos. Porque siempre supe, Mariana, que te iba a perder, siempre sospeché que estaba viviendo el sueño maravilloso de alguien que tiene una gema entre sus dedos y sabe que se le escurrirá, una gema, un rubí, no, mejor una esmeralda, el fuego verde de una esmeralda sin una sola impureza y con su geometría perfecta, tus destellos me encandilaban así. Es decir, me sentía como representando un papel que algún director de escena había dispuesto para mí y tenía que representarlo lo mejor posible, y me costaba mucho esfuerzo sabía que el final del drama estaba cerca y que cuando el telón nos ocultara a la vista del público todo habría terminado entre nosotros y que ya nunca más volvería a verte.
Y un buen día, para ser más precisos podríamos escribir el 20 de septiembre de 1988, un aviso en el Clarín pedía que se presentaran, que se postularan, que se candidatearan cuarenta y cinco chicos para llenar el mismo número de vacantes en el honroso y muy digno cargo de cadete. Era un hipermercado de la zona norte que requería ese personal y, claro, ponía sus condiciones: quince trabajarían en el horario de 8 a 14; otros quince de 17 a 23 y el resto del lote lo haría desde las 9 de la mañana hasta las lorqueanas cinco de la tarde. No se agotaban ahí las condiciones que exigía el empleador que, como se sabe, es la parte más fuerte de la relación laboral, la parte más débil es el trabajador y para eso está el derecho laboral, para proteger a la parte más débil está el carácter protectorio del derecho del trabajo ni más ni menos. Entonces los chicos se presentaron, aquí, en Buenos Aires, a buscar ese ansiado trabajo, ese puesto que les permitiría empezar a vivir una vida casi como propia sin depender de nadie y además no tenían, algunos, de quién depender, Buenos Aires es dura, es áspera esta tierra y pega duro cuando empuña la soledad y te sacude por el lomo. Pero varios de ellos, casi todos, se pararon en seco cuando siguieron leyendo el aviso y no sabían si presentarse igual o no, tal vez no era para ellos el aviso o tal vez no era para ellos ese párrafo maldito en esas cavilaciones entraron varios de ellos cuando leyeron el aviso completo, les aguardaba una sorpresa un desconcierto una incomprensión y sintieron que es tan lejos pedir y que es tan cerca saber que no hay. El aviso seguía diciendo a quien lo quisiera leer que residan en la zona, de dieciséis a veinte años, preferentemente tez blanca y cabello claro, ni más ni menos, como lo leyeron, blancos como caca de fantasma tenían que ser y además, claro, rubios, no decía nada de los ojos el aviso, si azules, si verdes, si aguamarina, rubí o zafiro, pero claro, ojos rojos no hay quien los tenga de modo que nunca podía decir ojos color rubí u ojos color zafiro y no especificaba entonces y había que presentarse de 8 a 14 en Avenida Ricardo Balbín 1775 piso tercero oficina treinta y cuatro San Martín la empresa no se llamaba Cesare Lombroso sino l Spell S.A. y ocho días después sacó otro aviso que decía discúlpennos un error involuntario (claro, un error voluntario sería casi como un delito) y ocurrió lo que no queríamos y lo que no queríamos era ser racistas pero lo somos, tampoco queríamos discriminar pero lo hicimos, no queríamos negros en la empresa pero se nos fue la mano y el aviso que Spell S.A. sacó el 28 de septiembre de 1988, es decir, ocho días después del primer aviso, ocho días después del aviso donde pedían cadetes rubios y de piel blanca, se titulaba “Asumir errores”, que valentía che, fueron de frente los de Spell y pusieron la cara para asumir el error del racismo y la discriminación y lo asumieron así: le echaron la culpa a un empleado administrativo que había redactado el aviso por su cuenta, bravo por los directivos de Spell eso se llama hombría de bien o sobre llovido mojado, racistas y yo no fui, fue un empleado y el autodesagravio terminaba con una perlita: los argentinos somos “un crisol de razas”, nada menos, creatividad a full los racistas de Buenos Aires.
Y mientras leía el diario y encontraba cosas sorprendentes me daba cuenta de que éstas sorpresas no me alcanzaban para tapar tanto dolor por la ausencia de Mariana, y Buenos Aires me hacía oír la noche inmensa, más inmensa sin ella y el verso cae al alma como al pasto el rocío o algo así, y se me venían las imágenes encima y me atropellaban y yo moría bajo las ruedas del recuerdo, del revival de las primeras escaramuzas, de los primeros enfrentamientos y después ya no fueron las palabras nuestros cuerpos lacerados eran la contundente evidencia del fracaso. De aquellos años recuerdo ahora, Mariana, el teatro, tu pasión, la traducción de los clásicos, Catulo, El pájaro azul (después fue Electra, pero ya no estabas) y el alegre desenfado con que hacías el amor. También se me enredó entre los sesos, en la entretela de mi cerebro quemado por una angustia pertinaz, una costumbre: practicar de tanto en tanto, mentalmente, la reconstrucción del hecho, el ritual itinerario de un amor que comenzaba. Un día de octubre, a las nueve de la mañana y las miradas y sonrisas que cambiamos en la calle Independencia, furtivo encuentro del que surgió una cita para las cinco de la tarde de ese mismo día. Terminaban a esa hora tus amadas obligaciones de estudiante del profesorado y caminamos mucho como presentía ya que iba a ocurrir teníamos tantas cosas que decirnos…
La velada concluyó en la calle Corrientes como a las diez de la noche y no porque no hubiéramos querido seguir hasta la madrugada, claro que no, sino porque tenías un compromiso a esa hora si mal no recuerdo ir al cine o al teatro, por supuesto, a la primera cita con un desconocido se va a ciegas no se sabe qué va a pasar y es un error dejar sin efecto preestablecidos programas porque si la otra parte del asunto resulta un plomo te quedás sin el pan y sin la torta y eso vos lo sabías a pesar de o debido a los diecinueve años que le daban a tu hermosura la jerarquía de lo inapelable (algún tiempo después me contarías, entre jadeos voluptuosos, que ese día deseaste que te propusiera encontrarnos de nuevo, como a la una de la madrugada, después de tu cita preconvenida con una amiga, después de esa cita para ir al cine o al teatro creo que fuiste con Elsa y si no era con ella se trata de un punto que no altera en nada lo esencial de esta descripción de Buenos Aires y no incide en absoluto en la trama del relato es un detalle menor sin importancia y prescindible aunque me lleve bastante más que un renglón o que una línea de escritura explicar que la persona que te acompañó aquella vez al cine o al teatro podría haber sido Elsa o cualquier otra amiga tuya.
Te dejé en la parada del colectivo que te llevaba a San Telmo y esta vez la consigna fue: dos de la tarde, al otro día, en, como diría la crónica periodística, la vereda de un conocido local de expendio de bebidas de la calle Corrientes, La Giralda, claro. Y allí nació tu idea, brillante por cierto, de dirigirnos a la Boca, a la isla Maciel. Estabas tan hermosa ese día…
Y también estaba el polaquito, ese día, colgando de su bufanda en la reja del andén de la estación Constitución. Y no hubo dudas porque el propio polaquito, rubio y de 16 años, marginal, pobre y en situación de calle como se dice ahora ayer se decía chicos de la calle y anteayer niños que deben vivir sin vivienda, sin techo y sin amor y en peligro porque el sistema social en el que viven se desentiende de todo lo que no sea su realidad o su verdad y decir realidad y decir verdad y referir estas palabras al mundo en que vivimos o no vivimos es decir una mentira y no lo es en cambio cuando las referimos a la poesía, lugar donde todo es posible y Alejandra murió en la calle Montevideo al 900 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que entonces era la capital federal a secas, el propio polaquito –decía- explicó cómo había muerto y no hubo dudas, menos mal, todo en orden en la Ciudad ya desde antaño porque estas historias de Buenos Aires ocurrieron antaño y toda semejanza con situaciones o personas de la actualidad es una pura, nuda, mera y simple coincidencia, he dicho. Y entonces el polaquito, ahorcado en la reja del andén de Constitución dijo, con la elocuencia que caracteriza al lenguaje cadavérico en el rigor mortis de la autopsia que se había suicidado por amor, porque había discutido con su novia que era de la calle igual que él y que se quería ir, lo quería dejar y no aguantó la idea y se mató el polaquito por lo menos se supo cómo fue y la investigación llegó a buen fin porque concluyó en que el último invierno en la vida del polaquito había sido el último por su propia voluntad y el hecho ocurrió hace ya tanto tiempo que no tiene nada que ver con el presente de los chicos de hoy en día en la Ciudad, porque en aquel ayer del polaquito los chicos, después de que su amigo se colgó por amor, desaparecieron por un tiempo de los lugares que solían frecuentar, de los lugares donde se los veía día a día, obstinadamente, tercamente, abriendo puertas de taxis, peleando palmo a palmo, con otros pibes, el territorio marginal que sus explotadores les asignan, amenazando y corriendo del lugar a los más chicos, digamos a los nenes que también se obstinan en abrir puertas de taxis y se les meten por debajo de las piernas se les cuelan hacia el taxi que se aproxima y los pibes que pisan el territorio con legalidad asignada por un mayor se pierden el trabajo, se pierden las monedas y el mayor los sanciona feo entonces ellos, antes de que eso les ocurra, les pegan unos buenos golpes a los intrusos que además son más chicos que ellos y no se pueden defender, que no se metan aquí porque les vamos a dar con un caño, no pertenecen al grupo y así se iba viviendo en Buenos Aires en el tortuoso mundo marginal, en el submundo donde la astucia, la atención, los ojos en la espalda, la picardía y la artimaña son indispensables herramientas de trabajo para hincar el diente en un sánguche de mortadela y el agua es de la canilla del andén, del 13 o del 14 que van al sur, vía Quilmes o vía Témperley y esta vía seguía hasta Bahía Blanca y, más allá, hasta Neuquén y terminaba en Zapala que era punta de rieles. Y no sólo es el sánguche, también se trata de los cigarrillos y de las monedas para jugar en los juegos electrónicos, para jugar a las carreras de autos y sentirse, así, campeones por un rato, campeones en el único lugar en el que pueden ser campeones y junto con la comida y los autos está el poxirrán para aspirar, una a una, las gotas de miel en que consiste la vida, para sorber, con delectación, el dulcísimo zumo que mana de la ambrosía, manjar de dioses y las volutas de humo azul todavía son de tabaco, no apareció todavía el paco, y todo va mejor en ese breve placer de sonreír junto a las vías, pero todo esto pasó hace tanto tiempo, Mariana, que nada que ver con este presente ciudadano de hoy, nada que ver aquella vida de los chicos con la vida que los chicos hacen hoy en Buenos Aires. Dormían en recovecos de la estación que apunta al sur de la Argentina y después de la muerte del polaquito empezaron a cambiar de domicilio, de hueco, de bichos, digamos chinches por vinchucas, olor por olor, humedad por humedad, cambiar todos los días de casa para que la policía no los detecte a ver si todavía les plantan a ellos el suicidio del polaquito que se mató de amor y que cuando lo vieron colgando de su bufanda en la reja del andén se paralizaron de terror por el rictus y los ojos salidos y la lengua en punta se veía un poco de la boca entreabierta. Pero, como te digo Mariana, esto ocurrió hace mucho tiempo, no se pudo evitar porque eran tiempos en que las autoridades se ocupaban de los chicos pero no podían ocuparse de todos a la vez, había que empezar por algún lado, los chicos ricos también sufren y eran tiempos, aquellos, en que ya se habían ocupado de la tristeza de los niños ricos y ahora venía la de los niños pobres y justo no llegaron a tiempo, el polaquito se mató de amor y no por la calle, por el dolor de ya no ser, por el miedo de vivir, por el temor de ser arrojado algún día de algún tren en movimiento, o por la segura paliza a que lo sometían, de tanto en tanto, los proxenetas y explotadores que antes había en Buenos Aires, o por, en fin, el frío y el hambre que antes hacía mucho frío en Buenos Aires y antes los niños pasaban hambre en la calle antes había niños que vivían en la calle y ahora se hallan en situación de calle que no es lo mismo.
Y el polaquito, en suma, se murió de amor y no estaba en los planes de nadie ni en la interna de ningún partido pero sí entraba en las planificaciones de los constituyentes del ’94, que de esa época se trata, y la Constitución dice ahora que los derechos del niño tienen jerarquía constitucional, menos mal, y esto dice la crónica del diario Crónica del jueves 14 de julio de 1994, día que, como se sabe, evoca los sones de “la marsellesa”, allons enfants de la patrie…
Cómo podíamos no acostarnos , piel a piel, aquella vez, ya casi al morir la tarde, en un hotel de la recoleta, de la calle Azcuénaga, antes de que Azcuénaga se cruce con Pueyrredón, con el final de Pueyrredón, que allí se hace afluente de Libertador, el hogar Viamonte, Plaza Francia, Buenos Aires, reina del Plata junto al río inmóvil, qué turbios entuertos se cuecen en la humedad de tus entrañas, al abrigo de miradas que no quieren ver más que tu glamour. ¿Cómo podíamos no acostarnos, en un hotel de la recoleta, después de haber recorrido, paso a paso, el abigarrado colorido de la ribera silenciosa? No sé en qué momento deposité mi brazo sobre tus hombros pero así te conduje, con mano que yo suponía experta, hacia nuestro primer abrazo seminal. Arriba el telón y el drama comenzaba, el drama en un acto, en una escena, o en escenas multiplicadas hasta el infinito como los espejos enfrentados multiplican los cuerpos de cualquiera que se plante frente al lúcido cristal azogado, nos multiplica hasta el infinito a nosotros, a vos y a mí, Mariana, o al polaquito, o a los niños ricos que están tristes, a los que buscan trabajo pero no lo encuentran porque no vinieron de tez blanca y cabello claro, el drama que comenzaba entre vos y yo duraría medio año, lo suficiente para ser feliz y para sufrir, ocurre que el amor eterno, en Buenos Aires, dura más o menos eso, seis meses, hoy diríamos seis, siete, ocho a lo sumo…
Durante los dos años siguientes busqué, infructuosamente, el modo más seguro de obtener tu indulgencia inmerecida. Y me ocurría siempre lo mismo: quedaba paralizado de terror cada vez que te veía. Cruzabas a mi lado inalcanzable, inexpugnable, despectiva, como descargando sobre mí el tremendo castigo de hacerme saber que ya no me pertenecías (and this was the reason // that long ago // a wind blew out of a cloud // chilling and killing // my Annabel Lee).
Así, entonces, estabas definitivamente muerta para mí.
Y en eso vino la idea a su cabeza. Porque supongo que eso es una idea, no una decisión. Y menos aún una decisión tomada bajo la presión irresistible de la necesidad. Los constituyentes del 94 seguían reunidos en la benemérita y muy digna ciudad de Santa Fe abocados a la magna obra de reformar la carta magna preocupados hasta la admiración del que mira desde afuera y se admira de tanta preocupación que sienten los señores constituyentes por los derechos del niño y del adolescente. Y mientras ellos, los constituyentes, velaban por nosotros, de repente, como si nada, así como así, el rubro 44 del Clarín del 18 de agosto de 1994, nos sorprendía (¡Ah, viejo Buenos Aires…!) con el siguiente clasificado: Riñón. Joven, sano, venta o permuta por asesoría jurídica urgente. Y dos teléfonos, dos números de teléfonos con la ulterior aclaración de que el interesado en vender o cambiar su riñón por el asesoramiento de un abogado se hallaría en su casa, esperando el llamado salvador, “todo el día”. Tiempos idos, afortunadamente, Mariana, como afortunado soy de haber podido, finalmente, tomar, yo también, la decisión.
Porque, ¿qué podía contestarte cuando resonó tu voz en mis oídos (tu voz, curiosamente diáfana a pesar del tiempo, extrañamente idéntica a sí misma a través del teléfono lejano) haciendo esa terrible paráfrasis de Marguerite Duras? Yo no tengo memoria, conozco el olvido, me dijiste, Mariana. Eso me dijiste y me cerraste toda opción. Inmediatamente supe que así debía ser. Debías olvidarme y celebré calladamente que no te costara un átomo de esfuerzo hacerlo. Sé que te amé. Sólo eso. Pero ya no puedo seguir adelante. Hay quienes actúan frente al suicidio como los cristianos frente a los sacramentos de su religión. Éstos dicen que es malo prescindir de la hostia; aquéllos que es malo preguntarse: ¿Adónde se sale cuando no se está? ¿Adónde se está cuando no se sale? Es lo mismo, con palabras idénticas nacidas de su genio poético, que se preguntó Néstor Perlongher antes de morir. Y agregó: Ya es tiempo de indagar en nuestra propia respuesta.
Es lo que decidí, Mariana. Esta noche me espera, Laura, una vieja amiga. Ella me ha dicho que es fácil o que, por lo menos, no es tan difícil como parece. Se puede saber, por fin, adónde se sale cuando no se está.
Y ante los que identifican suicidio con pesimismo decadentista sólo cabe el asombro. Se trata de seres humanos condenados a reptar ya que han extraviado la aptitud de volar. Y les suele pasar que la bomba les explota en las manos.
Lo único seguro es que Buenos Aires ya no es la de antes. Felizmente los niños no pasan su vida como el polaquito, fugaz y áspera esa vida. Nadie tiene ya que vender su riñón. No hay discriminación. Todos son bienvenidos, no sólo vos y yo. Lo narrado son estampas de un Buenos Aires que ya fue. Ahora nadie se enamora a las nueve de la mañana en una vereda de la calle Independencia, nadie declara su amor por teléfono. Estamos recomunicados y recargados, vivimos en red y no nos falta nada. Del celu al hashtag con escala técnica en el emepetrés. T kro ver. Tas? Kmo Kso y me estriño, claro, a quién se le ocurre comer tanto queso… Pero te quiero ver. ¿Tas?
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