LA FACULTAD DE INGENIERÍA: MITO Y REALIDAD

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Buenos Aires Sos.- 26 de agosto de 2010.- (Por Wenceslao Wernicke).- La construcción de la facultad de ingeniría de la avenida Las Heras guarda una leyenda por más intrigante, aunque muchos conocedores de la historia dicen que contrasta con la realidad.

En el barrio de la Recoleta se levantan leyendas alrededor de su cementerio, se admiran los palacetes que sobreviven a lo largo de la avenida Alvear y los paseantes disfrutan de sus amplios paseos y parques.

Un edificio ícono del barrio se ubica en la avenida Las Heras al 2200, es el anexo de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires conocida como “La Catedral”. Su nombre se debe al estilo gótico o “neogótico” –como lo llaman los especialistas- de la construcción.

El edificio es admirado por todo aquel que pasa por allí, diariamente ingresan alumnos para los cursos de la carrera de ingeniería que se dan en ese lugar como así también su sede central ubicada en la avenida Paseo Colón.

Quien contempla «La Catedral» realiza una primera comparación con la Catedral de Notre Dame de París; sin embargo a medida que levanta la vista se encuentra con un corte abrupto en la parte superior; pues los estilos góticos se caracterizan de altas torres y adornos que lo acompañan. El edificio de la avenida Las Heras presenta una curiosa terraza plana dejando mostrar una inconclusa construcción. Es allí donde nace la leyenda de este edificio que contrasta con la historia de la obra.

Cerca del año 1909 el gobierno llamó a la presentación de proyectos para la construcción de la nueva sede de la facultad de derecho de la Universidad de Buenos Aires, la anterior quedaba en la calle Moreno 350 lo que es hoy el Museo Etnográfico y fue construído por el afamado arquitecto Pedro Benoit.

El concurso fue ganado por el ingeniero Arturo Prins, un uruguayo nacido en 1877 y radicado en Buenos Aires donde se recibió en ingeniería en 1900. Entre las obras de Prins se cuenta el Banco Nación de la avenida Santa Fe y la calle Azcuénaga y el club 20 de febrero de Salta. También construyó el palacete de Manuel Quintana, algunos rumores de la época decían que eso podría haber ayudado a ganar el concurso ya que Quintana estaba muy conforme con la construcción de su vivienda y era el Presidente de la Nación.

El ingeniero Prins era un profesional muy reconocido en su época, era muy estricto con sus empleados y consigo mismo y muy detallista en todos los cálculos de sus obras; admiraba profundamente la perfección a tal punto que algunos decían que eso se convirtió en una obsesión.

En el año 1912 se coloca la piedra fundamental, era el trabajo más grandilocuente de toda su carrera y no quería perder ningún detalle de la construcción. Para que los empleados no llegaran tarde, Prins construyó previamente una casa de vivienda a pocos metros de allí para los capataces.

Los planos de la construcción constaban de algunas plantas que luego sobresalía una gran torre en el medio acompañado por dos torres en sus costados, también de estilo gótico. En 1925 se inauguran las primeras tres plantas donde empezó a funcionar la facultad de derecho; sin embargo, en el año 1938, una vez finalizado la primera etapa, se interrumpió misteriosamente la construcción.

Sobre ese hecho surgen dos historias, una es una leyenda con tinte lírico y el otro es un relato más terrenal. La leyenda cuenta que los costos de la construcción habían superado en gran parte el presupuesto asignado para su construcción; esto fue motivado por la volatilidad de los mercados en aquellos años y el consiguiente alza de precios de los materiales. Sin embargo, al año siguiente, se le comunica al ingeniero Prins que se había aprobado una ampliación del presupuesto y que podía continuar con la etapa final de la construcción. Es aquí donde suceden algunos hechos que formaron parte de la leyenda de la facultad y que fue negada por historiadores de la arquitectura porteña.

Notificado Prins de la excelente noticia, se dirigió inmediatamente a su estudio y desempolvó los planos que había guardado creyendo que nunca más los volvería a ver. Estaba preparándose para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de ingeniería. Los relatos de aquella época dice que Prins se desencajó al ver los planos con mayor detalle, de hecho le pidió a su secretaria que nadie lo moleste hasta terminar el trabajo que se había impuesto.

Al día siguiente, la secretaria notó que Prins no fue a dormir a su casa, y que había innovado en un precario cuarto con el sillón de su despacho. La esposa llamaba incesantemente al estudio y se le informaba que él estaba bien pero no quería ser interrumpido bajo ningún motivo, incluso ni por su llamado. Frente a la insistencia de ella, los empleados golpean la puerta para avisar de la llamada, recibiendo como respuesta un grito de Prins diciendo: “no molesten, dije que tengo que terminar este trabajo, sigan con lo suyo”.

Los empleados no se animaban a contradecirlo y siguieron con su trabajo, nadie quería interrumpirlo a menos que su jefe lo solicite. Al día siguiente, Prins convoca a su despacho a dos amigos suyos, son los arquitectos Francisco Gianotti y Mario Palanti, dos profesionales italianos muy reconocidos en Buenos Aires.

Finalmente a ellos les confiesa la causa que lo inquieta tanto, motivo por que cual se ha ausentado dos días de su casa y no ha dejado ni por dos minutos su estudio.

El ingeniero contó a sus amigos que, mientras hacía los últimos preparativos para el inicio de la segunda etapa de la construcción de la facultad de derecho, notó un error de cálculo que no es mínimo, es tan importante que si no es corregido cuando construya las torres la estructura no aguantará y se caerá completamente el edificio.

Gianotti y Palanti calmaron a Prins y le dijeron que esto seguramente tiene solución a lo que respondió que estuvo días buscándola y no la encontraba, es por ello que citó a sus amigos para que ayuden a arreglar ese error que daría fin al crecimiento del edificio.

Los arquitectos tomaron los instrumentos necesarios para los cálculos matemáticos y de ingeniería y se pusieron a trabajar; luego de unas horas ambos admitieron que el error no podía ser corregido. La única manera de poder construir las torres es tirando abajo el edificio y volverla a construir con los cálculos correctos.

Prins sabía que no había cálculo que subsane el error, pero también sabía que el gobierno le diría que no al reinicio de la obra porque eso elevaría considerablemente los costos y el presupuesto a duras penas puede sostener la segunda etapa de la construcción. Luego de que sus amigos se retiraron del despacho, Prins quedó solo ante los planos con una fuerte decepción a sí mismo, él era muy exigente y no admitía que un error dejara una trabajo suyo inconcluso, muchos menos el más importante de su carrera, el que lo coronaría en un estilo gótico en Buenos Aires.

A la mañana siguiente la secretaria de Prins entró a la oficina como todos los días, ella es la primera en llegar para ordenar el escritorio de su jefe que siempre llega unos minutos después. Cuando ingresa al despacho del ingeniero una escena dantesca la acongoja, encontró al ingeniero muerto con una pistola en el suelo. Se había suicidado pegándose un tiro.

Las conjeturas indican que, un hombre tan detallista y exigente como Prins no pudo admitir que un error suyo condenó a su obra a no continuar, y por ello optó por suicidarse.

El estado le encomendó al arquitecto Palanti continuar con la obra pero éste les comunicó que solo Prins podía terminarlo; es por ello que finalmente se resolvió dejar inconcluso la facultad y construir una nueva en el predio que queda en la avenida Figueroa Alcorta, y así se llegó a la actual facultad de Derecho dejando la “Catedral” para la facultad de ingeniería.

En la historia universal otros hombres apasionados y “obsesivos” por las ciencias exactas han muerto en la búsqueda de soluciones a sus cálculos; el más conocido es el del matemático griego Arquímedes; en la primera guerra púnica cuando su ciudad fue capturada por los enemigos el matemático se encontraba en la playa dibujando números en la arena, cuando un soldado le exige presentarse ante el general enemigo, Arquímedes le responde “Que espere a que termine mis cálculos”, molesto el oficial le clava la espada en su pecho dándole muerte.

Hasta aquí la leyenda, otra historia dice que el gobierno –por falta de presupuesto- paralizó la construcción dejándola como está actualmente, en el momento en que se aprobó un nuevo presupuesto para la Facultad de Derecho las autoridades observaron que la población estudiantil crecía exponencialmente y por ello resolvieron que, con ese dinero, se construya un edificio nuevo en la avenida Figueroa Alcorta y se entregue su sede de Las Heras a la facultad de ingeniería.

Para darle veracidad a esta historia, sus defensores cuentan que existe una anécdota en la que un amigo de Prins se encontró con el ingeniero en el año 1939 y le contó que se estaba rumoreando sobre un suicidio suyo por el trabajo inconcluso, éste con una carcajada respondió: “Me puedo suicidar por cualquier cosa menor por no terminar un trabajo”. Ese mismo año falleció y sus descendientes iniciaron un juicio al estado reclamando una indemnización por incumplimiento del contrato, muchos años después cobraron una suma irrisoria.

La leyenda del suicidio tiene continuidad años después. Cuentan que por los años ’50 un estudiante que siempre tenía excelentes notas y le faltaba pocas materias para recibirse de ingeniero armó una tesis para poder continuar con la obra inconclusa de Prins, a partir de allí no pudo aprobar ninguna materia más y siempre sus cálculos eran errados, finalmente el muchacho dejó la carrera y nunca pudo recibirse y matricularse para poder cumplir el objetivo que se había propuesto. Muchos años después otro estudiante avanzado quiso realizar el mismo trabajo y le cayó la misma “maldición” no pudo recibirse por más esfuerzo que hiciera en sus estudios, y tuvo que abandonar la carrera.

Todos los que pasan podrán observar el corte abrupto de la terraza de la facultad de la avenida Las Heras, y ahora se sabe dos historias sobre ello, una es más banal y cotidiana en el acto administrativo de cualquier gobierno, y la otra más romántico y legendario porque habla de un hombre apasionado y de su error; un error de cálculo que terminó con la vida de Arturo Prins y que aún sigue viéndose en la Facultad de Ingeniería. (Fuente: Rincones, historias y mitos de Buenos Aires).

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