LA CASA DE LOS LEONES

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Buenos Aires SOS.- 6 de julio de 2011.- Esta agencia ha publicaco hace algún tiempo una nota referida a la leyenda urbana de La Casa de los Leones, ubicada  en Montes de Oca al 100.  En el día de fecha hemos recibido un mail de la señora Inés Álvarez de Toledo, vicepresidenta de la Comisión Permanente de Homenaje al General Eustoquio Díaz Vélez, en el que aclara y corrige dichos vertidos en ese artículo, que por tratarse de una leyenda, es pasible de tener inexactitudes.

«Me dirijo a Vd., en mi carácter de Vicepresidenta de la Comisión Permanente de Homenaje al General Eustoquio Díaz Vélez, en relación al artículo sobre el Palacio Díaz Vélez, mal llamado la Casa de los Leones.
Al respecto quiero poner en su conocimiento la existencia de gran cantidad de imprecisiones que han aparecido en la página y  que incurren en una gran cantidad de inexactitudes -que se bien pueden ser propias de una leyenda- no se condicen absolutamente con la realidad o la verdad.
Efectivamente la mansión situada en la actual Avenida Montes de Oca 110, de la Ciudad de Buenos Aires, fue la vivienda de don Eustoquio Díaz Vélez hijo (h). El nombre de pila de don Eustoquio es Eustoquio, con “o” y no Eustaquio, con “a” como frecuente e incorrectamente figura nombrado. Así surge tanto de los registros oficiales, cuanto de su denominación corriente ya que sus cuatro propias nietas lo llamaban “tata Eustoquio”.
El nombre Eustoquio se debe a que su padre fue  el General Eustoquio Antonio Díaz Vélez (1782-1856), prócer de la Independencia Argentina, Mayor General de las batallas de Tucumán y Salta,  quien tuvo tres hijos: dos mujeres y un varón, Eustoquio, el menor.
La  publicación ubica temporalmente los hechos de forma correcta. El propio Eustoquio (h) y su mujer doña Josefa Cano Díaz Vélez de Díaz Vélez (quien era sobrina de don Eustoquio (h) por ser hija de una hermana de éste, doña Carmen Díaz Vélez de Cano) falleció en el año 1910, precisamente en la fecha del Centenario, y muy poco tiempo después, su viuda, que no pudo soportar su fallecimiento.
Es verdad que don Eustoquio (h) era millonario; efectivamente fue uno de los más importantes terratenientes y uno de los más grandes estancieros de la Provincia de Buenos Aires de fines de siglo XIX y dos veces Presidente del Club del Progreso.
Asimismo el Palacio Díaz Vélez fue una de las principales quintas  de la Calle Larga de Barracas que con el tiempo fue reformado por la familia y convertido en un espléndido edificio de líneas francesas rodeado por un hermoso parque.
Pero aparte de estos datos que son correctos no existe la leyenda de los leones que devoraron al yerno del propietario ya que don Eustoquio (h) tuvo solamente dos hijos varones llamados Carlos Segundo  y Eugenio Cristóbal. No tuvo, por lo tanto, ninguna hija mujer, ni ésta ningún novio, ni hubo ningún novio comido por león alguno ni ninguna hija suicidada.
Carlos Díaz Vélez, quien era ingeniero, contrajo matrimonio con doña Mathilde Álvarez de Toledo mientras que su hermano Eugenio, quien era arquitecto, con doña María Escalada.
Ambos matrimonios tuvieron dos hijas cada uno: Carlos, a Carmen (su nombre completo era María del Carmen Felicitas, llamada coloquialmente “Tita”) y Mathilde (su nombre completo era María Mathilde, llamada coloquialmente “Patina”). Por su parte Eugenio tuvo dos mujeres también: María Eugenia y Josefina. Las cuatro primas nacidas en la última década del siglo XIX.
La familia de Eugenio continuó viviendo en el Palacio Díaz Vélez mucho después del fallecimiento de Eustoquio (h)  y su esposa. Carlos y su familia se trasladaron a un bello petit hotel de la calle Paraguay 1535, actualmente puesto en valor y protegido por su valor histórico, cultural y arquitectónico.
Recién con el fallecimiento de don Eugenio, su viuda María Escalada, vende el Palacio y su gran parque al Estado en la década de 1930, el que pasó a integrar la Casa Cuna, luego cedido a la Fundación Vitra, para la rehabilitación de pacientes con problemas respiratorios. Sus dos hijas vivieron en dos magníficos edificios adyacentes a la plaza Grand Bourg: uno, en el más puro modernismo de su época, que es hoy sede del Fondo Nacional de las Artes (que fuera la vivienda de doña Victoria Ocampo, íntima amiga de Mathilde Díaz Vélez) y el otro, construido en los años 1950, que es una gran casa de tres pisos en la Avenida Figueroa Alcorta denominada hoy la Casa del Lapacho, llamada así por tener un magnífico ejemplar de lapacho colorado, hecho plantar especialmente por la familia Díaz Vélez, que sí se destaca por haber incluido en sus viviendas importantes especies vegetales.
De manera tal que, mal que le pese a unos cuantos y en contra de un relato inventado, no existen sollozos ni llantos de ninguna hija de Eustoquio (h) porque el millonario no tuvo ninguna hija mujer.
Todo el artículo no es más que una ficción que toma a un personaje real y transforma completamente su entorno familiar dándole características novelescas, ficticias y fantásticas. Ello, en consecuencia, irreales.
Así:
No hubo leones sueltos en el jardín de don Eustoquio (h). Tampoco una de las hijas de Díaz Vélez -a quien nunca se nombra por su nombre de pila- se enamoró de un joven –a quien tampoco nunca se menciona por su nombre de pila-.
¿Quién era la hija de don Eustoquio y quién era el joven novio?
¿Si todo esto hubiera sido verdad los diarios de la época, en especial “La Prensa” y “la Nación” no hubieran comentado el luctuoso episodio?
Asimismo don Eustoquio (h) no se dedicó a matar a animal alguno.
Finalmente no es verídico que la joven Díaz Vélez decidiera quitarse la vida.
Toda esta fantástica irrealidad surge a partir de la existencia de las  esculturas de los leones que posee el Palacio –y que aún se conservan- y que fueran muy comunes y típicas de las residencias de las familias más pudientes de esa época y que representan la nobleza de aquellos animales.
Espero que tenga la amabilidad de publicar esta aclaración a fin de traer luz a una historia que no es tal y dar precisión al tema. Finalmente es necesario que breguemos para que el Palacio Díaz Vélez sea devuelto y se le de una adecuada conservación  y destino a esta magnífica residencia del barrio de Barracas, tal vez la última de su tipo, la que –junto a su centenario parque- debería ser declarada monumento histórico nacional por su características patrimoniales y estéticas  únicas que posee una belleza singular que amerita ser adecuadamente conservada para las generaciones futuras.
«Cordialmente.
Inés Álvarez de Toledo.

Desde ya muchas gracias por sus correciones y su aporte.

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