LA CASA DE LA PALMERA
— 11 agosto, 2010 0 141Buenos Aires Sos.- 11 de agosto de 2010.- (Por Wenceslao Wernicke).- Esta es la leyenda de una familia del barrio de Balvanera que vivió a escasos metros del Congreso Nacional.
Una misteriosa y macabra leyenda engloba a la familia que vivió en la casa de Riobamba al 100 –a escasos metros del Congreso Nacional- a fines del siglo pasado. La casa tiene una prominente palmera en su frente que cubre la casa, por ello es conocida como la casa de la Palmera. Si bien algunos dicen que la casa inspiró a Julio Cortázar para su libro “Casa Tomada”, lo cierto es que conocedores del escritor niegan rotundamente la versión.
La tenebrosa historia comienza a fines del siglo pasado, donde en Buenos Aires había una viuda llamada Catalina Espinosa de Galcerán, su esposo -el Dr. Galcerán- era un médico muy reconocido en la ciudad, murió durante la fiebre amarilla de 1871 mientras ayudaba a los enfermos.
La viuda compró la casa, le gustó el estilo de petit hotel francés, que aquella época era inusual, y sin dudarlo la adquirió. Su interés principal era de tener una casa grande porque tenía seis hijos, cinco varones y una mujer.
Catalina era una mujer millonaria que contaba con fortunas heredaras de sus padres y con la fortuna de su difunto esposo, quién también le dejó una considerable pensión por sus heroicos actos durante la fiebre amarilla.
Sus hijos no tuvieron necesidades, por ello pudieron dedicarse a sus estudios sin necesidad de trabajar. Todos terminaron su carrera profesional, había un médico, un ingeniero, un abogado, un escribano y un arquitecto.
También estaba la única mujer cuyo nombre es Elisa. Ella era muy religiosa, a tal punto, que iba a misa todos los días y siempre iba a un taller de biblia que se daba en la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, a escasas cuadras de su casa.
Además ella era una persona muy aplicada, muy estudiosa y muy trabajadora, allá por el año 1909 terminó su carrera de taquígrafa. Cuentan que cuando llegó a la puerta de su casa, Elisa antes de ingresar giro su cabeza y fijó su mirada en un palacio inaugurado hace tres años atrás que estaba a 100 metros de su propiedad. Era el Congreso Nacional y sin dudarlo se dirigió allí para solicitar trabajo; la providencia hizo que justo estuvieran buscando taquígrafas para cubrir vacantes y por ser tenaz se lo habían dado.
Elisa cuando ingresó a su casa no solo anunció que se recibió sino que al día siguiente iba a trabajar de taquígrafa en el Senado de la Nación. Catalina estaba muy orgullosa de ella, sentía que la había educado bien, era religiosa practicante, estudiosa y trabajadora. No sentía lo mismo por sus hijos varones. Si bien ellos obtuvieron un título universitario, nunca les interesó trabajar.
Los cinco varones Galcerán, siendo mayores de edad, recibieron su parte de la herencia del padre. La parte de cada uno era una considerable fortuna que les permitía vivir holgadamente. A Elisa, le molestaba que ellos no trabajaran, no por el dinero sino por la dignidad de la familia.
Sin embargo no era eso lo que más irritaba a la única mujer Galcerán. La vida libertina de sus hermanos iba en contra de sus propias creencias y de lo que su madre siempre trató de inculcar. Además de no ir a misa como pregonaba la progenitora, algunos se consideraban ateo. Elisa no podía tolerarlo.
Ya anciana, la muerte le llegó a la pobre Catalina poco años después del centenario de la República. Habían quedado los hermanos sin su madre. Ninguno de los varones tenía intención de dejar la vivienda, no querían tener que hacerse cargo solo de una casa. Fue Elisa, como única mujer, que se encargó de las tareas domesticas y administrativas del hogar, distribuyendo su tiempo con el trabajo en el Senado.
Los hermanos siempre traían mujeres de vida fácil a la casa y, a veces, hacían fiestas que terminaban a la madrugada. Elisa, esas noches se encerraba en su habitación rezando e implorando a Dios que cambien la forma de vida de sus hermanos.
Además de mujeriegos, sus hermanos eran deportistas, por ello siempre Elisa tenía que preocuparse que el servicio doméstico limpiara las ropas de ellos y las coloquen en el armario correspondiente. Si la empleada se equivocada de ropa, quién recibía la reprimenda era Elisa, lo mismo sucedía si la comida no estaba bien o no era lo que querían comer.
Los hermanos Galcerán amaban mucho a su madre, a tal punto, que luego de que ella falleciera, decidieron clausurar el cuarto y dejarlo como estaba sin tocar absolutamente nada, como una suerte de museo pero sin visitantes.
Años después de la muerte de Catalina, una serie de hechos comenzó a desencadenarse y afectaría a los habitantes de la casa de la Palmera. Un día uno de sus hermanos falleció repentinamente mientras desarrollaba un partido de tenis con sus amigos. La causa, un infarto que provocó la muerte súbita.
Luego del entierro, y al llegar la noche los hermanos se encontraban en el living principal de la casa descansando de un día exhausto por las visitas de pesar que habían recibido todo el día. La hermana de ellos habló y dijo que así como se clausuró el cuarto de la madre para preservar su memoria, se hiciera lo mismo con el cuarto de su hermano. Ellos, tristes y acongojados por la repentina partida de un querido miembro de la familia, asintieron con su cabeza. Lo único que llamó la atención es que Elisa no manifestaba ni el más mínimo sentimiento de dolor; así fue a cerrar la puerta del cuarto de su hermano para siempre se dirigió a su aposento para meterse en la cama a dormir. Más aún, a la mañana siguiente fue a trabajar como si fuera un día cualquiera.
Meses después otro hecho iba a enlutar a la familia, uno de los hermanos de Elisa estaba disfrutando un día de sol en el Yatch Club Argentino con una amiga, luego de unos tragos en el bar, estando totalmente ebrio se dirigió a su velero para salir a pasear por el río. Mientras subía a la embarcación tropezó y cayó al agua, la mala suerte hizo que en la caída llevara consigo una soga de amarre, ésta lo enredó y murió ahogado.
La misma escena se había repetido, salutaciones de condolencias y Elisa cerrando la puerta del cuarto definitivamente. Sus hermanos seguían acongojados y Elisa continuaba con sus quehaceres. Al año siguiente, otro de sus hermanos muere en un accidente automovilístico; sus hermanos no podía soportar que hayan perdido a otro ser querido y Elisa seguía clausurando cuartos.
Tiempo después, el libertinaje seguía con sus dos hermanos y Elisa ya sentía odio y rencor por la forma de vida que ellos llevaban; sin embargo todos querían la casa y nadie se quería ir, eso los obligaba a convivir en el mismo espacio.
Uno de sus hermanos salió de juerga como muchas noches; estaba con sus amigos en lo de Hansen, un lugar de bar y baile de tango en la esquina de Figueroa Alcorta y Av. Sarmiento que en aquella época rondaban malevos, chicas fáciles y “niños bien” –como se les decía- que buscaban mujeres y alcohol.
Estando ebrio, el hermano de Elisa se enfrentó por una mujer con uno de los malevos más peligrosos del lugar. En la pelea, un cuchillo atraviesó el estómago de Galcerán provocando su muerte.
El único hermano varón que quedaba vivo era el médico, quién por las noches tenía una aventura con una de las mucamas de la casa. Los cuartos de la sirvienta quedaban en la planta baja detrás de la cocina; cada una de ellas tenía su propia habitación, si bien era pequeña le daba privacidad. Por las noches, cuando todos dormían, él acostumbraba a bajar para ir a la habitación de ella a tener noches de pasión. Elisa se daba cuenta de ello y despertaba más su ira, pero tenía que guardársela porque él era un hombre mayor y no podía impedírselo.
La noche posterior al entierro, en un clima frío de invierno, hubo una fuerte discusión entre su hermano sobreviviente y Elisa. El médico le recriminó su frialdad, y hasta le sugirió que sospechaba que ella tenía algo que ver con las muertes de sus hermanos. Ella, luego de quedarse mucho tiempo callada, espetó un grito y en voz alta le dijo todo lo que sentía.
Elisa le había dicho que era una ridiculez pensar que ella tenía que ver con esas muertes; le recriminó que se hayan alejado de Dios y que si murieron eran porque se lo merecían para rendir cuentas antes el señor. Su hermano no podía creer lo que escuchaba, le dijo que era una mala hermana, que la frialdad que tiene la hace mala persona y que por ello siempre estuvo y estará sola, nunca un hombre se iba a fijar en una persona con tanto resentimiento. Al decir esto el hombre subió a su habitación y con un fuerte portazo se encerró.
A la mañana siguiente, Elisa ingresa a la comisaría del barrio para denunciar que su hermano yacía muerto junto con la mucama en la habitación de la empleada doméstica. Luego de la denuncia la policía llega a la casa de la palmera e ingresa a la habitación. Allí se encontraban Galcerán y la mucama muertos en la cama desnudos. Lo que llamó la atención a los investigadores es que encontraron un brasero en la habitación.
Si bien aquella noche hacía mucho frío, y en aquella época era común calentar los ambientes con braseros, dormir con uno de ellos en el cuarto cerrado es peligroso porque cortan el oxigeno y asfixian a quienes se encuentran en la habitación. Esto debía saberlo Galcerán porque era médico.
Las sospechas recayeron en Elisa cuando las empleadas contaron los gritos que escucharon la noche anterior proveniente del living de la casa, adjudicando las voces a los hermanos Galcerán. La policía no encontró ninguna prueba que sindicara directamente a la única sobreviviente, por eso se archivó la investigación.
Elisa echó a las empleadas que la habían denunciado y empezó a vivir sola. Durante muchos años, ella iba a su trabajo, luego hacía las compras y después se encerraba en su casa. En los años que ella vivió sola nunca nadie entró a la casa de la Palmera. Si bien tuvo una vida de ostracismo en el barrio nunca vieron algo sospechoso de ella; de hecho cuando se relacionaba con los demás era muy amable.
Han pasado cuarenta años de la muerte de su último hermano. Elisa todos los días de su vida iba a las misas en la parroquia de Nuestra Señora de Balvanera, si un día faltaba la llamaban por teléfono y ella confirmaba que estaba enferma, luego se reponía y recuperaba las misas perdidas yendo más de una vez por día. Aquel día no asistió a la misa y tampoco atendió el teléfono; el párroco decidió ingresar a la casa con un feligrés médico para constatar que estuviera bien.
Al ingresar a la casa el cuadro era espeluznante, todo estaba oscuro y no funcionaban las luces, luego de llamarla observan la puerta que va al sótano abierta y se dirigen allí. Un tragaluz iluminaba el lugar. Estaba amoblado como una habitación, y en la cama yacía Elisa muerta, su cansado corazón dejó de latir.
La policía se dirigió al lugar y luego de sacar el cuerpo de Elisa, observaron que en el sótano estaban todos los muebles de la mujer que pertenecía a su cuarto. Su cama, su mesa de luz, su rosario, su biblia, su espejo y mesa y un pupitre para arrodillarse y rezar. Evidentemente había armado su habitación allí.
Luego deciden subir y se encontraron con escaleras estaban llenas de polvo y telarañas; de los cuartos clausurados salían olor a pestilencia y ratas. Las habitaciones de la madre de Elisa y de sus hermanos estaban intactas aunque muy sucios por el paso de los años; mientras que la habitación de Elisa estaba totalmente vacía.
Lo que más llamó la atención es que la capa de polvo en las escaleras y los pisos superiores eran de un considerable grosor y no había huellas, a esto se suma el olor y las ratas muertas que había en el lugar. Los investigadores concluyeron que Elisa no había subido por muchos años a los pisos superiores.
Algunos dicen que luego de clausurar la habitación de su último hermano, Elisa decide trasladar los muebles de su habitación al sótano y vivir allí. Desde ese día nunca más subió a la planta alta. De hecho su vida se pasaba en el trabajo, la parroquia y el sótano. En ningún lugar más.
Por muchos años la casa estuvo cerrada, luego allí funcionó una escuela y, al día de hoy allí funciona el Instituto del Pensamiento Socialista.
La leyenda cuenta que todo hombre que haya tenido una vida de ocio, libertina y sea mujeriego experimentará fuertes dolores estomacales al momento de ingresar a la casa; esos dolores se agravarán aún más y lo dejará postrado en la cama por varios días con un cuadro de gastroenteritis o una infección al colon. Eso sucede porque ronda en la casa el espíritu de Elisa para castigarlos. (Fuente:Rincones, Historias y Mitos de Buenos Aires
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