FAVORES AJENOS

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Buenos Aires Sos (BAS).- Noviembre 2007.- (Por Pablo Lema).- Como todas las mañanas de sus largos años, Don Mario, el portero, saludó a la señorita Serrano cuando se iba al trabajo. La mujer le respondió muy cordial y simpática, como siempre, y salió.
-¡Cómo hace para estar de ese ánimo! -se preguntó el portero. Al lado de su esposo cualquier mujer se haría lesbiana -murmuró Don Mario ni bien la mujer cerró la puerta del lujoso hall de entrada del edificio.

 Erica Serrano siempre estaba en boca de todos y del portero especialmente; un gordo medio calvo con cara de bonachón y muy chusma, que siempre que se la cruzaba intentaba charlar con ella.  La mujer era bastante conocida en el edificio, no sólo por atributos a la vista sino también por el idiota de su marido.

-La verdad no sé que le vió -opinaba una anciana- ese hombre es un soberbio.

-Vaya a saber –dudaba otra vecina-, las mujeres de hoy se casan para asegurarse un futuro estable.  ¡Lo que se entiende por amor es sólo compañía por miedo a la soledad!

-Dígamelo a mi señora, hace más de 40 años que soporto al mío  -se quejaba Doña Inés.  ¡Soñar, soñar! es lo que nos queda en medio de una realidad espantosa.  -¡Soñemos con Paraísos y con la Felicidad, justifiquemos nuestras desgracias con hipótesis, al menos como consuelo, qué importa si nos engañamos!

-Igualmente señora, ¿¡Ud vió como la trata? –opinaba la gorda del quinto-, hasta mi departamento llegan los gritos de ese infeliz cuando discuten.  Siempre mal humorado, no saluda, es un mal educado, yo la verdad no lo entiendo

-Mi chofer varias veces me comentó lo mismo –dijo otra-, pero por estos barrios es así.

La culpa no es del barrio sino de la gente que habita en ellos.

2

Como todos los viernes, Víctor Bizantino; el marido de Erica, dueño de una importante empresa de Turismo, se juntaba con sus socios y conocidos mas allegados para pasar la noche entre tragos y apuestas por algunos bares o pubs de la zona Norte.  Luego volvía con el amanecer; borracho e indiferente a las súplicas de su mujer por el derroche de plata.  Dinero sobraba entre ellos pero para la mujer que venía de un pasado humilde se sentía ingrata cuando se derrochaba porque sí.  Ante cualquier sugerencia de Erica respecto al dinero, la callaba con algún insulto y le pedía que lo dejara dormir.

Gieff Reyes, uno de los socios de mayor confianza de Víctor no se sentía muy bien esa noche y se le notaba en el rostro contraído.  Por mas que a su alrededor el clima era de carcajadas y jolgorio el hombre reía por cortesía.  La elegancia de su ropa sencilla pero cara parecía desgastada y vulgar frente a su estado anímico.

Ni bien llegó del trabajo,  Erica  se bañó, encendió la tele y se preparó algo para cenar. La brisa de la noche era calida y el cielo estaba estrellado.  La mujer se quedó por unos minutos observando desde el balcón las calles; miró a las parejas que iban tomadas de la mano y su mirada pareció entristecerse.  Los autos iban de un lado a otro.   Antes de acostarse miró medio nostálgica la foto en la que estaba con su marido a los besos limpios cuando recién se conocían.  Cuando Erica estaba a medio dormirse, el timbre repentino la sobresaltó.

Abrió la puerta y miró con desconcierto la botella de champagne importado, las copas y una notita que le habían dejado.  Su reacción era más que normal, ¡no estaba acostumbrada a este tipo de sorpresas!

La tarjeta decía: «Que esta noche no te sorprenda.  Simplemente quiero que compartamos esta botella. No va a faltar mucho para que llegue, aunque te parezca raro.  Esperame con la botella a medio terminar y con ese camisón de encaje que te compraste la semana pasada y que por mi mal humor hice que te sacaras.  Víctor»

Erica dudó de todo por un instante (¿su marido haciéndole regalos?) aunque no tardó en aceptar gustosa el obsequio; se llenó la copa hasta el borde y la bebió de un tirón.  Colmada de alegría llamó a su esposo para agradecerle la sorpresa y decirle que lo amaba, pero luego de los reiterados intentos y no tener contestación alguna, desistió.  Se produjo como le había pedido su esposo y puso música romántica en la habitación.  No tardó en sentirse invadida por un cansancio terrible que  la derribó sobre la cama.

Alrededor de las dos de la madrugada todo el departamento estaba sumido en el más dulce silencio.  Gieff abrió la puerta con cuidado y entró despacio.  Vislumbró la botella a medio terminar y las copas.  Las luces de las calles reflejaban un poco en el interior y aportaban algo de visión en tan inmenso living.  Suspiró.  A pesar de haber planeado todo minuciosamente estaba nervioso.  No podía permitirse cometer errores esa noche ya que el más mínimo implicaría una gran desgracia.  

Al llegar a la habitación se quedó observando a la hermosa mujer que estaba completamente dormida. Los sedantes en el champagne habían resultado.  Y pensar que Gieff había dudado mucho de si Erica los tomaría o no.  Serrano era capaz de complacer en todo a su marido aún contra sus designios.  Era demasiado probable que creyéndose el pedido de la nota, resolviera seguirla al pie de la letra.

¡Hacía tiempo que tenía en mente la idea de acostarse con ella!  Como todos los viernes, Gieff, iría a tomar algo con los de la empresa; simularía sentirse mal para poder irse.  Ahora, ¿era una buena excusa el irse por malestar o cansancio? Seguramente no lo suficientemente convincente para Gieff.  Entonces el simple llamado, en medio de la reunión,  de uno de sus mejores amigos resolvería todo.

-¿Hola? –preguntó Gieff al atender el celular, convencido de quien le respondería.

-Ya está la entrega -informó Emilio; el farmacéutico

         -¡Cómo!, ¿qué es lo que tiene? -Gieff se mostraba sorprendido para llamar la atención a su alrededor y se revolvía el pelo castaño oscuro de los nervios (un tic habitual en él).

         -Nadie me vió, después te devuelvo las llaves y arreglamos cuanto me debes, parece mentira que tanto lujo y sin nadie que cuide la puerta de entrada.

         -Bueno ya voy para allá  -confirmó

         -¿Pasó algo? –le preguntó Víctor.

         -Es Nahuel, tiene mucho catarro, se puso nervioso y eso empeora más las cosas.  Me voy.  Le dije  a Vicky que en un rato estaba allá.

         -¡Justo ahora!, le hubieses dicho que ibas mañana a la tarde.  ¡Que se arregle sola!

-No puedo hacer eso Víctor

-¡Sólo  te llama cuando tiene problemas nomás! ¿Por qué no llama a su pareja?

-Porque soy el padre y es lo que corresponde.

-¿Pasó algo? –preguntó uno de los presentes.

-Es Nahuel, mi hijo.  No está bien, tengo que irme.

-Bueno andá –le dijo Víctor- , si podés larga temprano.  Las cuestiones de mujeres siempre se acuerdan con dinero.  

Cuando Gieff conoció a Erica estaba en sus peores momentos matrimoniales.  Casi no paraba de discutir con Victoria y hasta dormían separados.  Al instante de verla se dio cuenta de todos sus atributos (quizá exagerara un poco en sus virtudes producto de su pésima situación sentimental) sin embargo-pensaba Gieff-, se había casado con un desperdicio de hombre.  Esa tarde en el departamento, mientras su jefe mantenía una larga charla con Gieff sobre la empresa y su posición (y ascenso, ahora como socio), jamás podría haberse imaginado que se enamoraría lentamente de ella.

¿Cuántas veces habían discutido delante de Gieff? ¿Y cuanto se contuvo para no romperle la cara a su jefe?  En aquellos tiempos no podía permitirse hacerlo, ahora había muchas cosas que ya no le importaban; tenía una posición más que estable y la confianza del  mismo, podía moverse como quisiera. 

Desde su divorcio con Victoria, Gieff había sufrido lo suficiente como para llegar a la conclusión que  el amor era un papel que no valía más que dos firmas acordadas.  Por otra parte, lo único que parecía importarle a su ex esposa era sacarle todos los bienes posibles excusándose bajo el bienestar de su hijo Nahuel.  Sin embargo pasaba más tiempo con los noviazgos pasajeros que con el chico que lo dejaba al cuidado de su mamá.

Gieff encontraba en Erica la comprensión que hacía tiempo había perdido de su ex mujer y la vez se compadecía de ella por tener que soportar a un hombre como su jefe.  La relación entre ellos era de una cordialidad enorme y de respeto, las constantes reuniones que tenía Gieff con su esposo hacían que la mujer comenzara a entablar una relación amena con el socio de su marido.

Gieff, envuelto en nervios, se sentó al lado de la mujer, que dormía boca abajo hacia su lado contrario,  y la contempló; su largo cabello castaño oscuro hasta los hombros y esa delicada espalda que se dejaba ver tras el amplio escote de su camisón.  Afuera el resplandor de la luna parecía brillar para los dos.  Por un segundo dudó de seguir entre esas paredes y justo cuando resolvía abandonar todo e irse, el despertar sorpresivo de Erica lo sobresaltó de tal forma que creyó morirse de un infarto.

-¿Víctor?  -preguntó entre dormida la mujer, sin moverse.

-Shhhhh, dormí que estás cansada –le contestó Gieff cambiando el tono de voz-, mañana hablamos.

-Me encantó la sorpresa –le dijo ella.

El hombre se desvistió lentamente y se acostó a su lado.  Su cuerpo estaba excitado y temeroso.  Le acarició suavemente el pelo y la besó en la mejilla. Rozó la suave piel de su cuerpo y se imaginó que le hacía el amor, que la besaba apasionadamente como tantas veces lo había pensado y que le declaraba su amor inconfeso.

-¿Desde cuando te preocupa si estoy cansada? –murmuró

El hombre la besó nuevamente, sumiso a la locura a la que se dejaba someter.

-Hay veces que me canso siempre de rodearme con la misma gente. Me da asco tanto mono adornado de oro.  Mañana hablamos.

La mujer no emitió comentario alguno.  Gieff se acercó lentamente para  corroborar si se había dormido definitivamente.

–  Si tan sólo pudiera ser dueño de esa sonrisa  -suspiró Gieff.  ¿Alguna vez te viste sonreír? No debería haber regalo mas hermoso para un marido que ver a su mujer explotando en carcajadas mientras se ruboriza.

Se valora a una persona luego de perderla, valorarla mientras se está al lado es un acto inmenso de conciencia y malograr a una mujer que da todo por su marido y siempre pasa indiferente es una perfecta excusa para justificar de antemano cualquier tipo de venganza.  A Erica y a Gieff sólo los unía una relación formal en la que el esposo estaba en medio, pero para Gieff ese leve lazo era más que suficiente para caer rendido a sus brazos.

Su plan iba más que bien, aún a costa de haber «dopado» a la mujer para acostarse con ella, inventar la enfermedad de su hijo como excusa, simular el llamado de un emisor falso y hasta un malestar gástrico, pero bien sabía  que derribar las murallas de toda moral en nombre del amor o del auto-conocimiento era ascender al cielo como un Fénix que se quema en sí mismo y resurge completamente renovado.

En medio de la reunión, entre risas y jodas, empujones borracheros y apuestas que iban desde lo absurdo hasta lo ridículo el celular de Víctor golpeó seco contra el piso.  Cuando Víctor lo levantó, se sorprendió por las llamadas que había recibido de su esposa hace unas horas (y que jamás había escuchado porque el teléfono lo tenía en «vibrador») y se preocupó, porque su mujer jamás lo llamaría a no ser que hubiera pasado algo importante.

Gieff abrazaba a Erica despreocupado y relajado total sabía que su marido no llegaría hasta pasadas las nueve como solía hacer todos los viernes.  Y justo cuando el hombre estaba en un sueño profundo el timbre del teléfono proveniente del living lo despertó sobresaltado.  Salió espantado, aunque sigiloso, a atender. Se paralizó de terror cuando el Identificador de Llamados indicaba que era su jefe.  Se contuvo de levantar el tubo, no sin antes cometer otra estupidez: cortó la llamada y dejó que atendiera el contestador lo que provocaría seguramente cierto desconcierto en Víctor y esto podría jugarle demasiado caro.

Vió la botella de champagne y bebió un trago bien largo como para relajarse.  No quiso ponerse a pensar en nada, sólo se sentó unos instantes en el sillón, se quedó observando la noche estrellada que se mostraba majestuosa frente al balcón del living y luego volvió a acostarse con la mujer ajena.

Uno de los presentes vió a Víctor con el celular y le dijo que no eran momentos de negocios, se lo sacó de la mano y lo tiró sobre la mesa.  Víctor lo agarró enseguida con mal humor y medio preocupado.

-¡Ea amigo, que pasa, parece que su mujer se olvidó de ud!

-¡Por mas que esté dormida –se le trababan las palabras a Víctor pero parecía que algo de cordura mantenía- tendría que atender esta hija de puta!

-Vaya a saber en qué situación está –lo provocó Edwin, uno de los encargados de una conocida distribuidora.  ¡Bueno es natural que quiera despejarse! –Víctor se ponía cada vez más serio- no siempre se las puede entretener comprándole cosas.  ¡Déjela un poco libre!

-¿Qué te pasa pelotudo? ¡El único que tiene derechos a tratarla como basura soy yo!

El hombre se levantó tambaleando y se le acercó para empujarlo pero lo pararon.

-¡No te enojes era una broma, che!, me parece que tomaste demasiado  -se quejó Edwin.  Andá a tu casa.

Por más que Víctor quisiera continuar allí estaba disperso; no dejaba de pensar en su esposa y la duda de si le había pasado algo le aumentaba más.  De mala gana se levantó, se despidió y volvió a su casa.

Gieff se despertó de golpe con los primeros rayos del sol que se colaban en el  ambiente.  Se sentía igual que cuando uno se despierta por primera vez en una cama ajena.  Era hora de irse.  Se acercó a Erica que dormía como una niña y en voz muy baja le susurró: – Vos sos la culpable de mis delirios y de los pasos en falso de mi Razón. Para entender lo que siento por vos deberías hacerlo con la inocencia de un niño y no con la cabeza de un adulto, el puntapié inicial para dar paso al amor es tener ganas de conocer al otro, lo demás viene a causa de esto –Gieff le rozaba el cabello que desprendía el suave aroma del shampoo de baño-, es un milagro dormir a tu lado.   Concluyó diciéndole: El amor debería ser una entrega hacía la otra persona más que un recurso psicológico para ocultar nuestros deseos posesivos.   Luego se levantó de la cama y se fue tan sumido en sus pensamientos y en la excitación de la madrugada,  que se olvidó de sacar la botella de champagne y demás para evitar sospechas.

Víctor manejaba con un pésimo mal humor hacia su casa.

Cuando Gieff abrió la puerta del ascensor tuvo que disimular la sorpresa indeseada de toparse con el portero.

-¿Qué hace tan temprano Don Mario?

-Mantengo el edificio –reprochó-, soy el portero.  Por lo que veo ud trabajando hasta tarde -ironizó.

-Ud sabe como son estas fechas, el tiempo no alcanza.

-Me imagino.

Cuando el hombre salió apresurado, el portero se llenó de cólera y el ascensor.  Se paró frente a la puerta de Erica  y la golpeó con toda la furia.

-¡¿Qué le pasa, está loco?!  -exclamó Erica mal humorada y desconcertada.

-¡No se haga la desentendida, acá se muy bien lo que está pasando!

-¿De que me habla?

-Me hubiese quemado vivo antes de pensar esto, pero hasta las más sumisas no se quedan con las ganas  -despotricó Don Mario, mientras se le iban los ojos al verla con el camisón de encaje.

-¡No sé de qué explicaciones me habla! la cabeza me explota, parece que me hubiera pasado un camión y encima me tengo que aguantar esta escena.  ¡Váyase antes de que venga mi esposo, que no sé a dónde se habrá ido ahora!

-¡Que se entere su esposo –los ojos estaban desorbitados-, que vea cómo exploto en celos de que otro la haya tocado, antes que yo que la amo con locura!

-¡Por Dios de que me habla! –el portero se metió dentro-, le pido por favor que se retire de acá!

-¡La amo con locura mujer, todavía no encuentro respuesta que me contenga cuando me pregunto que mierda le vió a ese imbécil que tiene por esposo! –Don Mario se pasaba las manos por el pelo,  se secaba un poco la transpiración y oscilaba entre mirarla a los ojos escrutándola y observar la botella de champagne y las copas.

-¡No le permito que le falte el respeto a mi marido!

-¡Alguién puede explicarme que carajo está pasando acá! –los sorprendió Víctor entre la ira, la borrachera y el desconcierto.

-¡Amo a su mujer imbécil! ¡Y trato de persuadirla de que lo deje y que se venga conmigo!  ¡Hasta con una mula sería más feliz!

Víctor no toleró los insultos de Don Mario y lo derribó de una trompada entre los gritos desesperados de su mujer.  Cuando vió la mesa  tuvo que contenerse para no desmayarse, empujó a Erica contra el sofá insultándola y furioso leyó la nota firmada con su nombre.  Arrojó con ira una de las copas contra la pared.

                                           3

Los últimos meses habían sido para Víctor una tortura; entre la mudanza y las presiones de la empresa que a dicha época del año comenzaban  a hacer sus balances anuales.

Los dos se habían pedido ofensivamente el divorcio.  Víctor la acusaba de infiel y de idiota, como siempre.  Ella de daños psicológicos, adicción a las bebidas y malos tratos. 

Aquella noche «inolvidable» en que Víctor le pedía explicaciones creíbles, Erica sólo le contestaba con la verdad; que había recibido un regalo de él y había echo todo al pie de la letra. 

Víctor, sacado de quicio comenzó a insultarla aclarándole que jamás haría tal cosa, que jamás había escuchado tantas estupideces juntas para justificar sus infidelidades con el portero. 

A pesar de que Erica estuviera confundida ya que «alguien» se había acostado con ella y ¡hasta le había hablado! no quiso enroscarse en dudas, era suficiente la presión emocional que sentía y cualquier tipo de análisis que pudiera llegar a hacerse sobre «esa noche» quedó descartado

En medio de esto llegaba la guardia médica que había llamado Erica para socorrer a Don Mario; que desangraba a cantidades.  Algunos vecinos escuchaban detrás de las puertas con curiosidad y sorpresa por lo que estaba pasando.  Si no hubiese sido por los médicos que intervinieron, el marido enfurecido, casi se agarraba a las trompadas con el del «B» al verlo con la puerta entre abierta.

Con el pasar de los meses, Víctor, se convencía de que tarde o temprano Erica volvería con él, porque a su lado gozaría de confort y seguridad.

 La mujer  se había mudado a un departamento modesto y sencillo en el que de vez en cuado invitaba a Raquel o Gloria, dos de sus mejores amigas, para pasar la tarde entre mates y charlas que la ayudaban a despejarse un poco, salvo cuando la llamaba su ex marido que continuaba torturándola y reprochándole «la vergüenza inimaginable que sentía hacía ella y hacia sí» y demás indagaciones irónicas sobre cómo iba su relación con el portero.  Cuando la mujer se ponía a llorar, el hombre le cortaba preso de la cólera y el desamor.

Gieff y Emilio caminaban por la Avenida Rivadavia.  El calor era insoportable, aunque de vez en cuando se sentía la brisa de viento.  La noche lentamente se instalaba sobre el ocaso del sol mientras algunos negocios comerciales cerraban.  Los restaurantes y bares de a poco adquirían vida.

-Quería agradecerte por el favor 

-Para algo están los amigos  -le contestó Emilio-, ¿cómo están las cosas?

-Erica está hecha pelota, pero con el tiempo lo va a poder superar.  Víctor sigue insoportable como siempre, más a esta altura del año. 

-Ellos que se llevaban tan bien

-Así como hay cosas que uno no puede soportar ver, hay otras que uno no quiere quedarse con las ganas de pasar.  Que dos parejas se lleven bien a los ojos del público no significa que estén bien

-¿Te acostaste con la mujer?

-¡No todo pasa por la cama! –exclamó Gieff con tono medio irónico y verídico.

-Conociéndote no creo que la hayas invitado a leer un libro de Filosofía o preparado alguna cena romántica

-La Filosofía sólo problematiza usando juegos de palabras, arma hermosas frases poéticas  que no sirven de nada ya que no brindan soluciones.  Lo de la cena, ¿porqué no?, todo hombre enamorado debería prepararle a su mujer una buena cena romántica, aunque de vez en cuando, así no se mal acostumbra.  Con Erica necesito tiempo y es necesario que se tome todo el que crea necesario, las veces que hablé por teléfono con ella estaba muy mal.  Pero no quería dejar de llamarla, mas por cortesía

-Seguro, seguro –le miraba de reojo Emilio con una leve sonrisita en la cara

-Pensá lo que quieras.  Ella es una mujer increíble que por mas que le cueste se tiene que dar cuenta que toda esta desgracia era necesaria.  Era una infeliz al lado de ese idiota.

-Son adultos, saben de antemano lo que es mejor para ellos –le reprocho.

-No siempre.  Ser ciegos duele menos.  Hasta que uno no se quema no conoce sobre el dolor, sí puede creer algo acerca del dolor pero no lo siente en carne viva, por lo tanto todo lo que pueda llegar a creer sobre el dolor es falso hasta no comprobarlo

-Al margen de todo, me pone bien que te haya servido mi favor.

-Fue mucho mas que un favor –le contestó Gieff como quien tiene en mente una serie de sucesos planeados a futuro con una hermosa mujer, ahora divorciada.

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