ENTRE EL MALEVO Y LA NOCHE PORTEÑA
— 10 junio, 2010 0 8Buenos Aires Sos.- 10 de junio de 2010.- (Por Ricardo Ostuni).- De sus tres últimos años de vida, Federico pasó casi dos en Buenos Aires. Su presencia conmocionó a la intelectualidad de entonces y han quedado huellas de su interés por nuestro tango y especialmente, por el habla lunfardesca, ese argot que le recordaba al caló de su tierra.
Federico García Lorca arribó a Buenos Aires el 13 de octubre de 1933, precedido de cierta fama. Sus Poemas del Cante Jondo, El Romancero Gitano y sobre todo Poeta en New York lo afirmaban como un escritor sorprendente, inspirado y polifácetico.
Edmundo Guibourg, nuestro gran crítico teatral, dejó estas memorias:
…Cuando en 1934 (sic) vino García Lorca a Buenos Aires, la primera persona que buscó fuí yo. La razón estaba en que el éxito que tuvo Bodas de sangre en Buenos Aires con Lola Membrives se debió mucho a los críticos como Octavio Ramírez (de) La Nación, Pablo Suero (de) La Razón y principalmente yo, en Crítica… Conseguimos gravitar sobre el público para que fuera a verla y cuando fue a verla, evidentemente comprobó que la obra tenía asidero suficiente para ser un éxito. Pese a su fracaso en España…
No debió ser casual que Federico fuese alojado en el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo. El Castelar albergaba desde 1932, en un local del subsuelo, a los integrantes de la peña literaria Signo. Una agrupación distinta de otras del mismo tipo, pues tenía además de sus vocaciones por las letras y las artes en general, un espíritu de club. Uno de sus mayores entretenimientos era el baile, donde el tango, por supuesto, era el rey.
Su regreso a España se demoró hasta el día 27 de marzo de 1934.. Su paso por Buenos Aires había sido triunfal.
Ya en Madrid recordaba, no sin un dejo de nostalgia, sus días porteños: Nadie sabe, Buenos Aires lejano, Buenos Aires abierto en el fondo del tallo de mi voz, el interés y la jugosa inquietud que me embargan cuando recuerdo tu trágica vitalidad.
Federico había conocido el tango en España. Ian Gibson, su máximo biógrafo, agrega que, incluso, había ensayado algunas composiciones de este género. En la década del 20 tanto Gardel como Canaro y luego el trío Irusta, Fugazot, Demare, habían actuado con gran suceso en la península. Al llegar a Buenos Aires, además de su vinculación con la intelectualidad porteña, tomó contacto con la gente del tango.
Así como en Harlem había ido en busca de la música negra y en La Habana se había entusiasmado con los delirantes ritmos del son, ahora, pájaro nocturno de siempre, dedica numerosas madrugadas a sentir tangos… Son palabras de Gibson.
No ha quedado memoria de los itinerarios cumplidos. Pero, ¿qué duda cabe que Federico anduvo la noche de Buenos Aires por los caminos del tango?
En el estreno de Bodas, hubo de improvisar un discurso de agradecimiento al público. Dijo cosas imborrables: “En el comienzo de mi vida de autor dramático, yo considero como un fuerte espaldarazo esta ayuda de Buenos Aires, que corresponde buscando su perfil más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento, la música dormida de su castellano suave, los hogares limpios donde el tango abre en el crepúsculo sus mejores abanicos de lágrimas”.
Quizás sintiera aquello que alguna vez dijo Waldo Frank: España y la pampa se juntan en el tango, en un mismo latido de sangre.
Entre los personajes de la noche porteña, trabó amistad con Carlos de la Púa (El Malevo Muñoz, escudo literario del periodista Carlos Raúl Muñoz) el autor de La Crencha Engrasada, que llevó a la máxima expresión poética las posibilidades del lunfardo. Dicen los testigos de aquellos encuentros, que Federico se sintió vivamente impresionado por esa jerga que, a la manera de Francois Villón, sacudía las entrañas de la poesía extrayendo los fermentos del bajo mundo.
Tuvieron muchos encuentros en los cuales Federico debe haber indagado sobre los herméticos vocablos del habla marginal. Se sintió subyugado por la atmósfera que de la Púa creaba en sus poemas donde conviven ladrones y prostitutas, malevos y cafiolos. Tenía una natural inclinación para sentir esos versos: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío…del morisco que todos llevamos adentro. Granada huele a misterio, a cosa que no puede ser y sin embargo es….”
Con El Malevo, Federico aprendió, seguramente, los secretos de la noche porteña intimando con músicos, letristas, poetas, autores teatrales y bohemios. Debió frecuentar la hoy desaparecida Confitería Real y el Gran Café Tortoni. Se asegura que solía comer sus buenos pucheretes a la española (que él jocosamente llamaba “a la argentina”) en el Viejo Tropezón de la calle Callao. Su presencia fue inevitable en los sitios de moda y en los baluartes del tango y de la amistad de la Buenos Aires de los años 30. Mimado, aplaudido, endiosado, debió cosechar afectos a granel.
César Tiempo dejó estos recuerdos en el Suplemento Literario del diario Clarín del 1º de julio de 1971. “El 13 de octubre de 1933 llegó Federico García Lorca a Buenos Aires. Una semana más tarde las prensas de la Sociedad de Amigos del Libro Rioplatense, lanzaban Sabatión Argentino y agredí al poeta con un ejemplar. Me escribió, fui a verle…
Federico era la exhuberancia en persona. Sus ojos, su voz, su frente, denunciaban una inteligencia en constante ignición; sus risas, sus palmadas, su modo de tomarlo a uno del brazo y echar a andar alrededor de un mueble o a lo largo de la calle, decían de su cordialidad de muchacho….A la media hora de conocernos sabíamos tanto de nuestras respectivas existencias, él de la mía y yo de la suya, como sino nos hubiéramos tratado toda la vida. Y nos tuteábamos….
Entre las muchas cosas infantiles que le encantaban era enfundarse en una camiseta de marinero, conflagrada de azules que le había regalado Enrique Amorín y con la que iba a despertar a gritos a las palomas de Plaza de Mayo a la hora ambigua del amanecer….
El 6 de noviembre de 1933 se llevaba a cabo en el teatro Smart (hoy Blanca Podestá) con la dirección de Enrique Guastavino, el ensayo general de mi comedia ‘El teatro soy yo’… Federico vino al ensayo acompañado por Pablo Suero…Permanecieron hasta el final….Salimos del teatro pasada la medianoche. En Corrientes y Libertad una sonrisa y dos brazos vinieron a nuestro encuentro. Hubo un revuelo de curiosidad a nuestro alrededor. El hombre del encuentro era Carlos Gardel. Le presenté a Federico. Se confundieron en un abrazo. Fuimos al departamento del cantor. Naturalmente que no tardaríamos en escuchar a los dos. Gardel cantó acompañado de su guitarra, con ese gesto tan suyo de inclinar la cabeza sobre los mástiles como si quisiera auscultarla… Caminito, Claveles mendocinos, La tropilla, Mis flores negras, ganaron para nuestro cantor la simpatía generosa y efusiva de Federico. Cuando se despidieron, qué lejos estábamos de pensar que ambos no tardarían en partir para ser quemados por la ciega iniquidad del fuego uno, por la de los hombres otro”.
Tiempo recordó muchas veces este encuentro. Lo dejó escrito en sus trabajos. Lo repitió el 25 de agosto de 1966 en el salón de la Sociedad General de Autores de la Argentina. Lo repitió en el Suplemento Literario de Clarín.
Debemos creerle a Tiempo para no cometer la irreverencia de dudar de sus recuerdos. Pero de este supuesto encuentro entre Lorca y Gardel hay más de una versión. Ben Molar me ha confiado que fue uno de los testigos. “Una noche, una histórica noche, vimos salir de la Real a dos personajes mitológicos de Buenos Aires. (Gardel y César Tiempo) Cruzaron la calle Corrientes y en el hall del teatro Smart -hoy Blanca Podestá- estaba otro personaje también mitológico. Desde la esquina nosotros imaginamos la presentación que Tiempo hizo de Gardel a Federico…y vieron el abrazo fraterno entre el cantor y el poeta”.
A pesar de que Lorca no mencionó a Gardel en ninguno de sus recuerdos porteños, Gabriel Manes -amigo al que Federico le dedicara uno de los manuscritos del Retablillo de don Cristóbal- narró que aquella noche el cantor le habría dicho al poeta granadino: “Hermano ¿cuándo vas a escribir un tango? Ustedes los andaluces son sentimentales como nosotros”
No hay constancias fidedignas, pero aún así la reflexión es válida: el cante jondo tiene también ese sentido trágico de la vida como el tango, en especial cuando canta males del alma. El tango como el flamenco es un arte horneado en la noche, siempre con una pátina de semiclandestinidad; cantos del pueblo que el pueblo canta porque siente son parte de su esencia y de su expresión.
En cambio hay certeza de que Federico hizo buena amistad con Enrique Santos Discépolo . Se conocieron en los primeros meses 1934 y se volvieron a encontrar en 1936 en España en ocasión del viaje de Enrique y Tania a la península. Tania recuerda: “En ese tiempo español con nubarrones de la guerra civil que se desataría a poco de nosotros dejar la península, conocimos a mucha gente…Ninguno nos dejó la impresión indeleble de Federico García Lorca, el bueno, genial y desdichado Federico. Dos años antes Enrique había simpatizado a mares con él en Buenos Aires e incluso había compartido nuestra mesa en el departamento de la calle Cangallo. De ese conocimiento, en España, resultó una amistad fraternal. Federico y Enrique caminaban y conversaban largas horas.
Le interesaba el tango y quería información: letras, títulos, anécdotas. Había profundizado hasta la esencia la canción popular española y se apasionaba por las mismas manifestaciones de todos los países, especialmente de la Argentina.
Enrique tuvo el privilegio de que Lorca le leyera el “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía” mucho antes de publicarlo, en un café de la Gran Vía, frente a la plaza de Callao. Federico debió de tener el privilegio que Enrique le adelantara algunas de sus letras. Los dos en una íntima comunión”.
En España había ya presagios de guerra civil. Tania recuerda: “Enrique sintió que su España querida estaba al borde del enfrentamiento entre hermanos.
Gibson sostiene que Federico escribió algunos poemas pensados como tangos. Ignoro si es así, pero en el tango no faltan ecos de Federico”.
Homero Manzi fue un hombre de buenas lecturas, un espíritu atento a las mejores expresiones poéticas de su tiempo. Y es fácil advertirlo ya que tampoco escapó a la fuerte influencia que Lorca ejerciera sobre los jóvenes poetas de entonces. En los versos de “Milonga triste” resuena nítidamente el Romancero Gitano; en Malena afloran metáforas lorquianas como sucede también en obras de Homero, Expósito: sus ojos de azúcar quemada / tenían distancias maduras de sol….
En la primavera española del 36 se oyó por última vez la voz de Federico desde una radio madrileña. Tenía apenas 37 años y una firme, clara y rotunda posición humanista: “Odio al que es español por ser español no más. Y soy hermano de todos y execro al hombre que se sacrifica por una idea nacionalista abstracta, por el sólo hecho de que ama a su patria con una venda en los ojos. El chino bueno está más cerca de mi que el español malo. Canto a España y la siento hasta la médula; pero antes que esto soy nombre del mundo, hermano de todos”.
Federico había elegido su muerte.
Discépolo conoció la noticia en el barco, de regreso a Buenos Aires: “Han asesinado a Federico García Lorca”. En Granada, los fascistas han fusilado a Lorca escribieron casi todos los diarios de España. Antonio Machado lo lloró así:
Se lo vio caminar entre fusiles
por una calle larga
salir al campo frío
aún con estrellas de la madrugada.
Muerto cayó Federico
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba………………………………….
Jotamario Arbelaez, el gran poeta colombiano, fundador del nadaismo sostiene que Federico fue mandado a asesinar por el esbirro Ramón Ruiz Alonso, después de sacarlo a rastras de la casa del poeta falangista Luis Rosales, quien le había permitido que se metiera debajo de la cama. Lo condujeron a la sede del Gobierno Civil al compás de sus bayonetas, lo trasladaron al pueblo de Visnar, lo vendaron, lo ubicaron de espaldas ante una fosa en la cual cayó luego de la ráfaga del pelotón de fusilamiento. No se sabe cuántos disparos recibió. Su verdugo lo acusaba de ser “socialista y agente de Moscú”.
Desde entonces reposan en los barrancos de Visnar, donde hay por lo menos un millar de restos de ejecutados en Granada durante la contienda civil. (Fuente:www.elarcadigital.com.ar)
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