EN EL PAÍS DE LA LIBERTAD
— 18 mayo, 2010 0 7Buenos Aires Sos.- 18 de mayo de 2010.- (Por Mariano Ugarte).- La cultura gitana es como un árbol de extensas y fuertes raíces, con vigorosas ramas, pero sin tierra. Según los últimos datos, en el país viven más de 300.000 gitanos, de los cuales unos 20.000 lo hacen en la ciudad de Buenos Aires y 50.000 en el conurbano. Luego, ciudades como Mar del Plata, Córdoba y Comodoro Rivadavia son las que cuentan con mayor población gitana en el país. Globalización de por medio, algunos de los signos –pintorescos y enigmáticos– de esta cultura pasan a ser parte del voraz mercado. Los popes de la moda, desde Balenciaga e Yves Saint Laurent hasta Tom Ford y Emanuel Ungaro, llevaron a las pasarelas la moda «gipsy»: lunares, polleras largas, volados. La música y el cine tienen en Emir Kusturica, director de Tiempo de gitanos, otro paradigma for export. Pero sin lugar a dudas la imagen más fuerte es la que proviene de Andalucía: el flamenco con su baile y el cante jondo.
Recordado fue el boom de la telenovela Soy gitano, de 2003, en cuyo capítulo final participó nada menos que Sandro, alias El gitano. El culebrón protagonizado por Julieta Díaz y Osvaldo Laport exacerbó hasta la parodia, cargado de clichés, los rasgos de una presumible «gitanidad»: pasión desenfrenada, delincuencia, baile, sangre y muerte. A fines de aquel año, las crónicas periodísticas informaban sobre el auge de los cursos de baile flamenco, los tablaos, los cantares, los amores de la farándula entre actrices e ignotos bailadores. Así, el batir de castañuelas dejó de ser algo exótico para también ser un arte de los «payos» (así denominan los gitanos a quienes no lo son).
«No todos los gitanos son ladrones», aclara Jorge Nedich, el primer escritor gitano de la Argentina, ante el gran estigma que vive esta cultura. «El gitano tiene un espíritu libre. No se puede programar al gitano, porque no se ata ni a la historia ni a un porvenir. No entiende otra forma de vivir que no sea la libertad. Su territorio es el mundo entero», comenta el autor de las novelas Gitanos, Ursari y Leyenda gitana.
En el siglo X, el pueblo rom decidió emigrar de la India y recalar en Egipto para luego emprender un recorrido nómade alrededor del globo. Primero fueron llamados «egipcianos», luego «egitanos» y, finalmente, «gitanos». En Argentina, según su origen, pueden agruparse en tres clanes: el kalderash de origen griego, húngaro, ruso y moldavo; los calé, españoles; y los boyash, rumanos. Más allá del colorido de lunares y brujerías que muestran la industria cultural y turística, al pueblo rom lo acompaña una historia de persecuciones. Una de las estrofas de su himno Gelem, gelem –que en su idioma quiere decir «anduve, anduve»– recuerda: «Yo también tenía una gran familia/ fue asesinada por la Legión Negra/ hombres y mujeres fueron descuartizados/ entre ellos también niños pequeños».
Desde 1971, cada 8 de abril se conmemora el Día Internacional del Pueblo Rom y se recuerda a las víctimas del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial, donde murieron, según la Asociación Identidad Cultural Romaní de la Argentina (Aicra), entre 500.000 y un millón de gitanos. Hoy, la población romaní asciende a más de 14 millones. Así como el pueblo judío denominó al Holocausto la Shoá, los gitanos lo llamaron Parainós, que en romaní significa «devorar». Ante la consulta de Acción, el titular de la Aicra, Jorge Bernal, se llamó a un diplomático silencio al no querer participar en una nota que podía contener algunos preconceptos. Esto despierta más preguntas: ¿dónde está la cultura gitana en el país? ¿En los calé que colman con sus voces, buena ropa (casi siempre negra), barbas, pelos largos y flamenco, los bares del barrio de Congreso? ¿En los clásicos comercios de los kalderash de compra y venta de autos? ¿En la mujer de pollera larga que, fábula mediante, predice el futuro en cualquier plaza del conurbano? ¿O estará en la creciente oferta de espectáculos flamencos?
«El éxito del flamenco en el país se da porque es la única música que une oriente con occidente», afirma Héctor Romero, para muchos el mejor guitarrista del género del país. «Los gitanos vienen de la India y muchos de sus conceptos rítmico y musicales son orientales», comenta este músico payo que es respetado por sus pares gitanos. «Yo soy una fusión caminando: estudié en España y trabajo desde hace 25 años con los gitanos, pero no puedo llamarme un flamenco puro porqué nací en Buenos Aires», dice Romero seguidor de Paco de Lucía y Farruquito.
En Venezuela al 1300, en el barrio de Monserrat, en un agitado templo, cientos de familias calé se reúnen en torno al rito evangélico. Luego, la peregrinación termina en el bar Ávila, sobre Avenida de Mayo. Los gitanos fueron musulmanes, ortodoxos y protestantes, y hoy se han volcado al evangelismo. «La religión primaria del pueblo gitano era mística y naturista, el trato con Dios era personal», explica Nedich.
Los gitanos siempre fueron condenados por las instituciones: desde la Iglesia que los hostigó por paganos, al Estado que no supo sumarlos a las fuerzas de trabajo productivo. Sin embargo, la cultura ha inspirado a Víctor Hugo en el personaje de Esmeralda, a Miguel de Cervantes en La gitanilla y Federico García Lorca en El romancero gitano. Se encuentra en cualquier tablado, en los conciertos o films de Kusturica, en las obras del plástico alemán Georg Kiehn. El arte gitano es reflejo de su cultura, a veces perseguida, temida, usada, pero siempre fascinante, como un frondoso árbol sin tierra. (Fuente: Acción Digital)
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