EL POETA ANÓNIMO DE LA BOCA

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Buenos Aires Sos (BAS).- Agosto 2007.- (Por Pilar Molina).- Escribir sobre Roberto Mariani es comprobar que el éxito y la notoriedad de los Hombres de Letras , depende en muchos casos del ánimo de quien decide arbitrariamente montar escenarios de fama, o reeditar libros que sean negocio. Mariani nació en el barrio de La Boca en julio de 1893, y se dedicó tempranamente al oficio de periodista en el diario Los Andes, de Mendoza. En esa provincia también hizo sus primeras incursiones en la literatura: escribió su primer libro de poemas Las acequias, y publicó relatos en el periódico La semana. En 1920 regresó a Buenos Aires y se empleó en el Banco de la Nación, de donde fue despedido dos años mas tarde por “intentar agremiar con literatura anarquista a los empleados de su oficina”. Colaboró en el periódico Nueva Era, germen del ferviente apoyo a la revolución bolchevique donde publicó El amor grotesco; y fundó una asociación de amigos de Rusia que enviaba a Moscú literatura criolla revolucionaria. Anarquista, solitario, misterioso, participó de las tertulias del grupo de Boedo donde compartió junto con Roberto Arlt y Roberto Payró el espacio de creación de esa redacción. Elías Castelnuevo cuenta : “Cuando casi todos nosotros, y yo mismo, descreímos del autor de Los siete Locos, Mariani lo defendía con vehemencia y lo cuidaba de las críticas. Recuerdo que corregía sus textos para librarlos de los errores gramaticales tan comunes en Arlt”. En 1925 apareció Cuentos de la oficina, relatos que le dieron una rápida notoriedad de la que Mariani pareció el primer sorprendido. Es, según los críticos, su libro mejor estructurado, el que instala en la narrativa argentina la tipología del hombre de clase media, temeroso por perder prestigio y dispuesto a la humillación para conseguir un ascenso. Cuentos de la oficina recobra hoy una inquietante vigencia: los “proletarios de cuello duro”, como él mismo los definió en sus cuentos, describen los días de Mariani como empleado bancario y revelan las finas tramas mentales de la explotación entre hombres de saco y corbata. El diario Crítica publicó en 1927 un artículo de Mariani sobre el caso Sacco y Vanzetti: “Es injusto condenar a inocentes, pero más injusto, muchísimo mas injusto todavía, es someter a un hombre a una horrible incertidumbre durante siete años. Opino que aunque Sacco y Vanzetti fuesen culpables merecen la libertad, porque ya han cumplido una pena capaz de purgar cualquier delito. Aun más porque ningún crimen merece esa pena”. El golpe que derrocó a Irigoyen en 1930 encontró al escritor en la Patagonia, donde urgido por necesidades económicas había viajado para trabajar de chofer. Desde Esquel escribía cartas a sus amigos lamentando el golpe “reaccionario y antipopular” que sacudió a la Argentina de ese entonces. De regreso en Buenos Aires, Mariani comenzó a esperar a la muerte. “Empezó a sentirse cada vez mas cerca de los desposeídos y los miserables, pero a la vez se sentía absolutamente impotente siquiera para predecir un mundo mejor. Se convirtió en un observador incapaz de emitir juicios, se fue volviendo silencioso y completamente escéptico”. En una autobiografía que escribiría mas tarde, confesó: “Tuve mis cuatro alegrías y mis ocho dolores. Fui extranjero en todas partes y bebí la sal de todos los vientos. Se ensangrentaron mis puños golpeando portales que no se abrían y mi voz se rompió con el último alarido. Y entonces como en la vieja fábula del zorro y las uvas dije que nada valía nada, porque nada había conseguido apresar. Estoy, pues, como antes de soñar: sin nada. O peor porque ni sueños tengo.” En 1943 publicó De regreso a Dios , libro que fotografió la última etapa de su vida caracterizada por la resignación, y por un absurdo contrato con la muerte que finalmente se cobró su parte en 1946 con un infarto al corazón como excusa. Osvaldo Soriano lo recuerda: “Roberto Mariani fue uno de los mas brillantes narradores del infortunio y la desesperación y quizá por eso su obra estaba destinaba a esfumarse de la historia de la literatura. Dos escritores (Eduardo Suárez Danero y Luis Emilio Soto) han dedicado algunas páginas a Mariani; son los únicos testimonios que deja su generación. A años de su muerte, su vida y su obra están envueltas en una injusta nebulosa.”. Lo que queda es una edición de Cuentos de la oficina de 1998, artículos perdidos en las bibliotecas de coleccionistas, y crónicas de las críticas de sus relatos en diarios de la época. Lo demás es silencio.(Artículo publicado en Sudestada Nº 5).

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