EL CAFÉ
— 8 agosto, 2010 0 8Buenos Aires Sos.- 5 de agosto de 2010.- Este día aparecen por primera vez en el diario “El Mundo” las «Aguafuertes», una columna costumbrista en la que el escritor ensayaba sobre temas y personajes de Buenos Aires. Este espacio le dio popularidad a Arlt, que por entonces se dedicaba a la sección policiales del matutino y su nombre había comenzado a conocerse en los circuitos literarios a partir de la edición de la novela “El juguete rabioso” (1926).
EL CAFÉ
Si usted tiene aficiones a la atorrancia; si usted le gusta estarse ocho horas sentado y otras ocho horas recostado en un catre, si usted reconoce que la divina providencia lo ha designado para ser un soberbio «squenun» en la superficie del planeta, múdese a las inmediaciones de Canning y Rivera. Todas sus ambiciones serán colmadas…y el reino de los inocentes le será dado, por añadidura.
Y le digo que se mude en las proximidades de esas calles porque en ese paraje encontrará todo lo que el alma de un vago necesita para consolación y regocijo de su fiaca. Encontrará allí toda la variedad de especímenes que forman la escala turronera de la ciudad: levantadores de quinielas y redobloneros, anarquistas en embrión, si usted es aficionado a la sociología; tenorios y damas, música (de radio) y típica por la noche, y muchas mozas. El refugio es el café esquinero. Techo alto, tan alto que han podido instalar una baranda con plataforma a la sombra de las estanterías. Más que café, parece una iglesia; pero una iglesia donde se habla de fijas y se trata de temas «profanos o del siglo» como dicen los teólogos. El altoparlante suministra música nacional desde las diez de la mañana. Las ventanas abiertas a la calle invitan a dejarse estar. Las fabriqueras que pasan incitan a mirar. Los desdichados pintorescos que transitan invitan a meditar. Y con tanta ocupación inútil, pero espiritual, no hay fiaca que al dar las doce del día no exclame:
-Pero, ¡la gran siete! ¡Cómo se pasa la mañana!
Y es que en una esquina así se pasa, sin vuelta. En cuanto un ciudadano entra al café, se siente contagiado de la pereza colectiva. Los brazos le empiezan a pesar como si fueran de plomo y la mirada se le llena de neblina. El mozo que está acostumbrado a la clientela, es un plantígrado resignado. No protesta. Sirve el achicoria «express» con la misma sencillez de un mártir. Cinco de propina, y la mesa ocupada tres horas. (Roberto Arlt; El café; en Aguafuertes Porteñas)
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