LA TORRE DEL FANTASMA

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Buenos Aires Sos.- 22 de julio de 2010.- (Por Wenceslao Wernicke).- El barrio de la Boca es conocido por el fútbol y los inmigrantes, pero guarda una vieja leyenda llena de misterio de principios del siglo XX.

Las grandes ciudades del mundo tienen sus leyendas y fantasmas, y Buenos Aires no escapa a ello, una ciudad llena de historia y misterios no podía dejar de tener sus fantasmas.

En el sur de la ciudad de Buenos Aires, en la boca del riachuelo se encuentra un barrio de inmigrantes y fútbol, es el barrio de la Boca, con sus faroles, tango y paseos. En la avenida principal aparece una casa con una torre cuya historia es por demás misteriosa. La torre es objeto de una leyenda peculiar alimentada por muchos años de boca en boca por los vecinos del lugar.

En pleno corazón de la Boca, sobre las intersecciones de la avenida Almirante Brown y las calles Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós un antiguo edificio construido sobre un perímetro trapezoidal llama la atención; especialmente porque tiene la primer apariencia es un pequeño castillito del cual sobresale una torre parecida a las tradiciones fichas de ajedrez.

La historia de ese antiguo edificio comienza a mediados de la década de 1910, en esa época, en el centro de la ciudad de Buenos Aires, residía una poderosa estanciera llamada María Luisa Auvert Aurnaud. Ella vivía en un pequeño palacete de la ciudad, pero distribuía su tiempo con su estancia en la localidad de Rauch, provincia de Buenos Aires.

La estancia estaba compuesto por miles de hectáreas de campo, por ello, la actividad agrícola le redituaba muchas ganancias, es así que la señora Auvert Aurnaud era una de las personas más ricas de la ciudad. Su apellido francés sugiere que su familia vivía por aquella zona francesa, pero en realidad, sus padres y abuelos provenían de una localidad de Catalunya, España, en los Pirineos fronterizo con Francia. Es común que por esos lugares los habitantes tuvieran apellido de origen francés.

La señora Auvert era una persona muy ambiciosa, y gustaba de acrecentar su fortuna haciendo negocios. Un día, un hombre de negocios le ofreció un terreno en la boca, este señor le sugirió invertir en construcciones ya que el barrio estaba creciendo por el contante ingreso y afincamiento de inmigrantes que se daba en el lugar. Pues parece que la señora entendió el negocio, ya que compró un terreno sobre la avenida principal con el objeto de construir una vivienda colectiva y probar si los negocios inmobiliarios allí reditúan mucho dinero. De ser exitoso el emprendimiento ella continuría con otro más.

Una vez adquirido el terreno la señora contrata los servicios del arquitecto catalán Guillermo Álvarez. Ella siempre añoraba la Catalunya de su familia, por eso le encomendó al arquitecto la construcción de un edificio que tuvieron un estilo de aquel lugar. Es así como construyó una vivienda colectica de estilo catalán moderno. La señora no solo quería una construcción de Catalunya, también quería amoblarlo y adornar el edificio con objetos de ese lugar. Es por ello que trajo muebles y plantas de aquella zona ibérica.

Una vez terminado el edificio, la propietaria quedó tan maravillada con la construcción que decidió irse a vivir allí y dejar a un lado el negocio de rentar sus habitaciones. Así es como dejó su palacete del centro de la ciudad y llevó sus cosas y los sirvientes al edificio de la avenida Almirante Brown.

La señora Auvert no solo amobló el edificio, sino que en todos los balcones puso plantas exóticas de Cataluña que mandó a traer especialmente para su nuevo hogar. Entre las plantas aparecieron uno hongos característicos de España llamados Setas, algunas especies son comestibles y otras son alucinógenas.

Luego de un año de vivir en el edificio, la señora Auvert y sus sirvientes abandonaron en silencio y misteriosamente el lugar, durante el año de estadía vecinos del lugar afirmaban escuchar gritos de sustos que partían de la mujer o de uno de los sirvientes; finalmente hubo un grito categórico de la propietaria que decía “me voy, este lugar no lo piso más”. Finalmente fue a vivir al campo en Rauch y nunca más se supo de ella.

Auvert en su rauda partida, dejó encargado la venta del edificio a una inmobiliaria de la zona, quién dividió en departamentos la estructura e hizo de ella una vivienda colectiva de renta. Es así como la casa de la torre tuvo nuevos inquilinos.

La mayoría de los que vivían allí era inmigrantes o artistas, ya que tenía un estilo bohemio para la época. En el barrio de la boca han surgido artistas brillantes de la cultura porteña como es el caso de Benito Quinquela Martín.

El último piso del edificio era habitado por Clementina, una pintora de estilo clásico que armó su atelier en el piso superior de su departamento, es decir en la torre sobresaliente de la casa. Era una mujer hermosa, de larga cabellera, alegre y muy querida por el barrio.

Ella se pasaba todo el día en el atelier. Tenía la costumbre de ir por las tardes a tomar un café al bar que quedaba enfrente y se podía quedar horas leyendo un libro. Cuentan que los transeúntes no podían dejar de admirar en la ventana su belleza, más cuando se la veía pasible tomando su café.

Clementina además de pintar, estaba estudiando historia de las artes en la Facultad. Ella vino de Venado Tuerto, su padre era un estanciero que pagaba la vivienda en Buenos Aires y sus estudios; quería que su hija estudiara lo que ella deseara pero en una buena universidad, y en Buenos Aires estaban las mejores.

Era una mujer de muchos amigos, cada tanto armaba encuentros de artistas en su casa. Un día, en uno de aquellos encuentros una periodista de nombre Eleonora quería hacerle un reportaje; ella ya era una pintora conocida en el ambiente artístico, varios de sus cuadros fueron exhibidos en importantes eventos y galerías de la ciudad. Por ello la reportera quería conocer su carrera y su trabajo.

Clementina y Eleonora subieron al atelier, allí se encontraban colgados sus cuadros terminados y había alguno en elaboración. Entraba una luz de primavera agradable que dejaba observar las pinturas en su esplendor. Mientras hablaban la periodista tomaba fotos de las pinturas, pues quería acompañar la nota con fotografías del arte de Clementina.

En los días posteriores a la entrevistas se empieza a desencadenar una serie de hechos misteriosos, una noche extraño suceso ocurrió, los vecinos escucharon gritos que provenían de la torre; pero esto no terminaba allí, Clementina se arrojó al vació provocando la muerte cuando su cuerpo impactó en el duro cemento de la vereda.

El barrio quedó impactado por el suceso, no encontraban motivo para semejante determinación, era una mujer alegre y con futuro, de hecho sus amigos cuentan que ella estaba muy entusiasmada con el último cuadro que estaba por terminar porque iba a ser la estrella de su próxima exposición. Se trata de un cuadro que tardó años en pintarlo pero iba a ser la gran obra de su vida.

Los misterios continúan; Eleonora recibe las fotografías que mandó a revelar sobre las pinturas de Clementina. Para su sorpresa, en una de ellas, específicamente en la fotografía del cuadro que estaba por terminar observa tres duendes; estos gnomos no estaban en el cuadro al momento de ser fotografiado, eso llamó mucho su atención. Fue así que la periodista tomó la iniciativa de investigar la muerte de Clementina a pesar aunque para la justicia se tratara de un suicidio.

Indagando a los vecinos se topó con el dato de que la antigua dueña del lugar abandonó imprevistamente el edificio y nunca más se la vio, se fue en forma misteriosa. Por supuesto se trataba de Auvert; la periodista recibe los datos del paradero y se informa de que ella se encuentra recluida en Rauch.

Antes de llegar a aquella localidad bonaerense, Eleonora había concertado previamente una cita telefónicamente con la señora Auvert, en esa época no era común que hubiera teléfonos en la estancia, por eso la comunicación se realizó a la cooperativa de Rauch, donde se pasó el recado y la repuesta había sido positiva.

Eleonora bajó del tren y esperó que la buscaran en la estación del pueblo, un automóvil llegó y la llevó a la estancia, durante el viaje el chofer le indicaba que la señora Auvert la iba esperar en el jardín de la casa. Al llegar, la periodista observaba el casco de la estancia. Era una casa señorial, de muchas habitaciones, la construcción era de un estilo Tudor. En el jardín había una mesa blanca con sillas, en una de ellas estaba sentada la dueña esperando a la invitada. Como buena anfitriona le ofrece tomar un té a la que Eleonora accede, luego de los saludos de rigor se inicia la entrevista.

Auvert pregunta a Eleonora si creía en duendes, a lo que ella responde negativamente. Allí comienza a narrar una antiquísima leyenda de Cataluña, la cual dice que en los bosques de los Pirineos viven los follets, unos pequeños duendes que siempre duermen en los hongos de las setas.

Estos duendes, científicamente fueron asociados con los efectos alucinógenos de las setas, hongos que pueden a veces ser venenosos, pero otros dicen que existen en realidad. Los follets pueden ser muy colaboradores, pueden ayudar a las personas en sus trabajos o quehaceres, pero si se los alteran pueden ser de los más traviesos y no tienen límites.

La señora Auvert contó que mientras vivía con los duendes, estos personajes colaboraban con los sirvientes, un día, uno de ellos quiso propasarse con una sirvienta y cuando uno de los mucamos tomó de él y lo arrojó a la pared para apartarla de ella el duende enfureció tanto que la casa comenzó a ser un infierno. No solo vivía desordenada, los muebles se caían, las patas de las sillas y las mesas aparecían cortadas, sino que también los cuchillos volaban y se incrustaban en la pared, poniendo en peligro la vida de sus habitantes.

Fue así que Auvert decidió deshacerse del edificio del barrio de La Boca e instalarse en su apacible campo de Rauch con sus sirvientes. Nunca contaron la historia ella ni los sirvientes porque era conciente de que no le iban a creer y la podían tomar por loca. La señora era muy inteligente y sabía que si la tomaban por loca podrían declarar insana y no administraría nunca más sus bienes.

Eleonora se retira de la estancia para volver a Buenos Aires, pero no ha podido descubrir nada nuevo, solo una vieja leyenda de la cual por supuesto no creyó. La periodista abandonó la investigación, antes de irse juró a la señora Auvert no contar la historia para que no crean que la rica señora de la estancia de Rauch no estaba en sus cabales.

Es así como el misterio de Clementina alimentó la leyenda de la Torre del fantasma; algunos dicen que al ser fotografiados los duendes se enojaron tanto que no dejaron nunca que la pintora terminara su obra magistral; le escondían los elementos de pintura y, a veces, encontraba manchas sobre la tela del futuro cuadro. La frustración fue tan grande que sin pensarlo se arrojó al vacío y así terminar con su vida.

Otros dan una versión más macabra; cuentan que el enojo y el resentimiento de los duendes sobre las mujeres hermosas, por no poder tomar a aquella sirvienta, era tan grande, y, sumado a que han sido fotografiados, poniéndolo molestos, directamente empujaron a Clementina al vacío o, al menos, instigaron su suicidio.

Lo cierto es que en la actualidad los habitantes del edificio del barrio de la Boca dicen escuchar por la noche los pasos de una persona en la torre. También denuncian que les desaparecen cosas que nunca más vuelven a aparecer o son encontrados años más tarde en otro lugar.

El cuadro no terminado de Clementina es uno de los objetos desaparecidos y, cuenta la leyenda, que los pasos que se escuchan en la torre son los que el fantasma de ella hace recreando su carrera al vacío; la única manera de terminar con los maleficios es encontrar el cuadro escondido y darle una pintada final para que la agonía del fantasma finalice.

Los cuentos de fantasmas en la ciudad de Buenos Aires son diversos y forman parte del encanto de la ciudad. La leyenda de la Torre del Fantasma es una más, habla de una pintora y su cuadro eternamente inconcluso. (Fuente:http://rhmbuenosaires.blogspot.com/)

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