ADRIANA LESTIDO
— 16 junio, 2010 0 6Buenos Aires Sos.- 16 de junio de 2010.- (Por Guillermo Denis).- Las palabras las tiene en sus ojos achinados. Su andar cansino se vuelven vértigo certero cuando gatilla la cámara. Desde hace años. Muchos.
Adriana Lestido, nacida en 1955, vivida por sus miradas que exploran y explotan en temáticas que duelen, que laten, que sueñan y que lastiman. Como LA VIDA.
Lestido gusta del tiempo y el espacio íntimo. Lo absorbe con pasmosa tranquilidad, la misma que la puede encontrar dentro de una cárcel de mujeres conviviendo con ellas por meses, y reflejarlas en «Mujeres Presas con sus Hijos». Mostrar que un muro no detiene cuotas de felicidad y que el encierro del sistema es la crueldad misma.
Adriana o «la negra Lestido», sabe de tacto y su olfato (gato) la lleva al zarpazo de un dedo, en sintonía con el iris para reflejar el dolor de siempre, como en la foto que muestra a madre e hija con el pañuelo blanco de los jueves, de los jueves que resisten y resisten. Y que dio vueltas el mundo.
Diarios, revistas, agencia de noticias la tuvieron como Fotoperiodista en una primera etapa. Nunca le esquivó al bulto. Como cuando en plena dictadura, iba y venía, de aquí para allí y dar en el blanco de represores que impedían manifestaciones a golpes, cuando durante años lo hacían a picana y muerte.
Algo que Adriana padeció en sus más internas cercanías.
Sigue recorriendo la ciudad, el interior (de las personas) y el mundo. No la inmutaron los premios ni las luces de neón.
Es como la esquina de «La Imagen»: iluminada y oculta. Bella y dura. Se pierde y se encuentra. Incluso en alguna esquina de Buenos Aires, donde mientras mira gatilla, mientras escucha imagina una forma. La que la llevó a darle luz a tantas oscuridades, o hacer opaco el brillo.
Al decir de Italo Calviño: «El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar, y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.» ( Ciudades Invisibles)
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