Nieve Negra

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21 de enero de 2017.- (Por Julián Nassif *).- Desde un diseño sonoro escueto e impactante hasta una puesta de cámara que denota un oficio fotográfico impecable danzando con moviemientos de cámara llenos de «trucos» que evitan la elipsis por corte y las transiciones entre pasado y presente con sutiles pero a la vez complejos recorridos viasuales, Martín Hodara retrata una historia típica de una especia de «policial» apoyándose en las ajustadas actuaciones de Leonarda Sbaraglia y Ricardo Darín,

Para llenar el banquete de caras reconocidas tenemos el lujo de ver a Dolores Fonzi con un papel cuasi bolo y a Federico Luppi en un papel secundario pero de cierto peso, siendo efectivos al redondear una película enigmática que por momentos «deja ver la cola».

Algunas inconsistencias en el guión o pasajes previsibles es lo único que amarga una obra que está espectacularmente realizada, con un trabajo impecable desde lo técnico donde hasta el foquista se destaca brindando imágenes de complejos planos visuales de amplios movimientos con un foco duro perfecto.

Marcos (Leonardo Sbaraglia), vuelve a su país de orígen con Laura (Laia Costa), su esposa española embarazada, a hacerse cargo de esparcir las cenizas de su difunto padre en montañosas y desoladas tierras propias de un cordón montañoso que intenta ser patagónico. Al llegar se encuentra con propuestas económicas por aquellas tierras que debe negociar junto  a sus hermanos: Sabrina (Dolores Fonzi), internada en un hospital psiquiátrico y Salvador (Ricardo Darín) quien vive en plena soledad, en una cabaña en aquellos desolados pasajes.

Entre flashbacks que se camuflan desde la puesta de cámara de manera muy efectiva, iremos descubriendo los secretos que aquel lugar y esos hermanos ocultan funcionando como punto de tracción de la trama.

Lo interesante, además de una historia con varias vueltas de tuerca y puntos de inflexión que se debelarán sobre el final con algunos de los elementos más flojos del film, es la dirección de fotografía y el diseño sonoro (además de las actuaciones que tan bien acompañan). Arnau Valls Colomer desarrolla una fotografía espectacular que retrata de manera perfecta las luces e iluminación de cordones montañosos como estos y, más que nada, en escenarios de nieve que siempre son tan dificultosos al momento de exponer. El empate entre la luz natural y los refuerzos artificiales es impecable ya que nunca podremos ver la diferencia y nos adentrará en el mundo que la película quiere contar de punta a punta. La nieve siempre parece real, cuando lo es y cuano no, algo muy pocas veces se ha visto a tal calidad en el cine.

Fernando Soldevila presenta un diseño sonoro pocas veces disfrutado en el cine nacional donde cada elemento de los pocos que suenan son representativos y fieles a los sonidos de la naturaleza y de aquellos escenarios. La expresividad del planteo sonoro es elemental y clave para generar esta sensación laberíntica y elíptica que el film plantea desde el primer segundo.

La simbología que el film manifiesta también es de gran importancia y recalca el elemento de «puertas» en diferentes variantes que funcionan como barreras y trabas visuales a lo largo de toda la película.

Hasta dónde puede llegar cada cada uno? Cuál es el límite de tolerancia y perversión y cuál puede ser la profundidad y permanencia de un secreto?. Son algunos de los ingredientes que la obra plantea en un paradigma mucho más perverso del esperado, relatado en un escenario de doble filo que atrae y genera repulsión a la vez en un espacio natural tan impactante como el de las montañas de Andorra.

*Crítico de cine

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